Las 48 leyes del poder, de autoría de Robert Greene, nos advierte lo que podemos recibir de terceros como consecuencia de otras leyes que palpamos a diario, como son las de la Naturaleza Humana –tema que nos trasladaría al debate de autores sobre si el ser humano es bueno o malo por naturaleza–. El libro es una guía diseñada para mostrar al lector cuáles son las cualidades que se deben considerar en torno al poder, sea para alcanzarlo, mantenerlo o enfrentarlo. La obra contiene temas y elementos de Nicolás Maquiavelo y ha sido comparado con El arte de la guerra, de Sun Tzu, temas que abordaremos en otra oportunidad.

El texto no puede ser considerado una hoja de ruta a seguir para tener éxito en la vida. He comprobado que es casi una biblia puesta en lugar “sagrado” de oficina o domicilio de ciertos personajes, por lo que considero que ha sido el oráculo o almohada de más de un gobernante, lo que resulta espeluznante. Sin duda a la obra la calificarían de maquiavélica, término empleado por quien actúa con astucia, hipocresía o engaños y para quienes aplican la regla que determina que el fin justifica los medios.

Lo interesante del libro es que nos permite viajar por sus capítulos o leyes en el orden de nuestra preferencia, acorde con la necesidad que tenga el lector, cuyas conclusiones se obtienen con base en principios que se pueden aplicar en varios aspectos de la vida y no solamente en el profesional. Por ejemplo, la Ley n.º 15 recomienda “aplastar por completo a su enemigo”. Conocemos a algunos que lo aplican a lo largo y ancho del planeta. Políticos de izquierda y de derecha lo han implementado de forma literal, lo que resulta preocupante en el siglo en el que vivimos. Prefiero un gesto más benevolente y me inclino por las palabras de Richard Nixon, único presidente de EE. UU. que no terminó su mandato –por causas que no fueran asesinato, como el caso de Kennedy, o muerte natural, como el caso de Roosevelt–, ya que renunció por el escándalo mundialmente conocido como Watergate. Aquí un paréntesis. Esa renuncia es algo que deberían tener presente autoridades que por sus malas acciones u omisiones no se encuentran legitimadas para ejercer el cargo. Más allá de que Nixon no haya sido juzgado (el presidente Gerald Ford lo indultó), lo rescatable del caso es que Nixon tuvo la decisión de renunciar y retirarse a su jubilación forzada, pero jubilación al fin.

Regresando a la Ley en cuestión, rescato que Nixon decía que al enemigo no hay que aniquilarlo, sino tenerlo en la esquina del cuadrilátero, sin permitir que se mueva, y cuando reaccione, volver con lo que hoy llamamos una dosis necesaria de ubícatex forte, de aquella que necesitan muchas “figuras públicas” ecuatorianas, que paradójicamente fueron sentenciadas por el mismo expresidente estadounidense, cuando dijo algo así: Un hombre público no debe olvidar nunca que pierde su utilidad y razón de ser cuando él como individuo se convierte en el tema o la figura, en lugar de su política, obra o ejecución.

Mientras Nixon recomendaba actitud magnánima, Greene y Elffers sostienen en su libro que “empezando por Moisés, todos los grandes líderes de la historia sabían que era necesario aplastar por completo al enemigo”. Y si nos queda alguna duda al leer sobre el exterminio al que nos conducen, terminan diciendo que “se ha perdido más por una aniquilación a medias que por una exterminación total: el enemigo se recuperará y buscará venganza. Destrúyalo por completo, no solo física sino también espiritualmente”. Hay que considerar las épocas y las guerras a las que se hacen referencia, pero queda claro que no todos hacen esa sutil diferencia y en el siglo actual lo aplican al pie de la letra –y con música instrumental de fondo–.

Por principios me quedo con Nixon. Con esto, paso a la Ley n.º 19, que dice: “Sepa con quién está tratando: no ofenda a la persona equivocada. Elija con cuidado a sus víctimas y a sus contrincantes y nunca ofenda o engañe a la persona equivocada”. Tampoco estoy de acuerdo, no se puede ir por la vida analizando a quién ofender. Más allá de que todos nos volvemos a encontrar a la vuelta de la esquina, ¿cuál es la necesidad de seleccionar a quién puedo faltar el respeto y a quién no? No hay que subestimar a nadie: ley de vida. El arte de la guerra nos enseña que uno ya tiene media batalla ganada cuando otro se cree ganador, sea por su prepotencia y egocentrismo, tamaño, peso o poder. Recordemos que Atenas surgió sobre sus polis (o Ciudad-Estado) rivales y se convirtió en el centro de la gran Grecia, que David derrotó a Goliat, y una larga lista de etcéteras.

Hay que transitar por la vida sin aplicar ninguna de las dos leyes referidas, pero siendo conscientes de que en algún momento te las aplicarán, sea porque un enemigo gratuito es fiel seguidor del autor o porque, aunque nunca haya tenido el libro en sus manos, lo lleva en su ADN. Esto último es lo más seguro. En el caso que se presente algún manipulador que cumpla con todas las características del fan declarado, siempre será oportuno analizar nuestra respuesta que, tal cual partida de ajedrez, habrá que vencer en el menor número de movimientos posibles con un jaque al “admirador”. Pero eso, ya son temas de estrategia pura y dura que una columna no permite desarrollar ampliamente. Lo que debemos tener presente es que todos, tarde o temprano, necesitamos una estrategia y que hay que tener la capacidad de análisis para una respuesta benévola pero oportuna, sin olvidar que la inacción también puede ser una respuesta en una estrategia integral que contemple otras acciones e incluso más omisiones. Se afirma que la teoría de maniobra militar de William Tecumsech Sherman, para muchos el general más grande de EE. UU. y un gran estratega, se apoyaba en evitar deliberadamente los asaltos frontales y las demostraciones de fuerza con batalles campales, y hacer caso omiso de las críticas destinadas a provocar una reacción. No todo merece respuesta.

Siempre existirán “expertos” en explotar nuestras emociones. La clave de nuestra supervivencia está en el desarrollo de las habilidades blandas. Debemos tomar las cosas con calma, desconfiar del juicio inicial y aprender a analizar lo que vemos. Por último, nos corresponde abrigar la necesidad de sentirnos miembros de la gran comunidad humana. Y en la puerta de cualquier conflicto, recordar lo que alguna vez dijo Paúl Valery: “Ser humano es sentir vagamente que hay de todos en cada uno y de cada uno en todos”. Al final del día, la tranquilidad y paz mental debemos asegurarlas y protegerlas también como ley de vida. (O)