Libertad de explorar y descubrir, libertad de conocer y crear, libertad de investigar y desarrollar, libertad de enseñar y debatir: en la libertad y autonomía académica la búsqueda de la verdad no tiene vencedores ni vencidos, pero sí tiene una mirada crítica, analítica y cuestionadora de la realidad para construir una sociedad productiva, justa, incluyente y en armonía social.

La libertad académica convive entre los derechos humanos a la educación y a la libertad de expresión; docentes, investigadores y estudiantes ejercen su ciudadanía académica con compromiso, conciencia, creatividad y solidaridad; sin discriminación, restricciones o temores, en un espacio neutral, para producir conocimiento científico en una sociedad democrática. Esta libertad intelectual se sostiene a la vez en el deber fundamental de progresar.

El poder transformador de la academia convierte el conocimiento científico y tecnológico en el capital del desarrollo sostenible. Desde su dinamismo multidisciplinario e ideológico, se crea una cultura de innovación sistémica y abierta para emprender en la economía del conocimiento. Hoy la universidad es ante todo emprendedora: transfiere conocimiento para crear empresa, para explorar modelos de apertura comercial, para proyectar la rentabilidad económica hacia la rentabilidad social, para investigar y desarrollar eficiencias en metodologías de trabajo que sean compatibles con el respeto a la diversidad cultural y el medioambiente, para crear soluciones sociales autogestionables que fortalezcan la confianza en generar progreso a partir de las competencias y capacidades que se construyen en el ecosistema académico.

El emprendimiento académico es un emprendimiento cívico, por lo tanto necesita un Estado emprendedor, que convierta al servicio público en un facilitador estratégico, con agilidad operativa, certeza analítica y sentido social, que capitalice el banco de conocimiento que representa la academia en el cumplimiento de su responsabilidad básica: dar seguridad, salud, educación y empleo decente a sus ciudadanos, con la solvencia que una gestión transparente pueda lograr.

El progreso, para ser sostenible, necesita verdad científica; despolitizar la verdad es un paso vital de un buen gobierno. Un diálogo abierto y colaborativo entre Estado y academia elevaría el ejercicio del poder hacia un alto desempeño público basado en la verdad efectiva. Efectividad para encontrar soluciones inmediatas a nuestra realidad social y económica que reclama una transformación positiva de nuestro país, donde un gabinete o equipo de gobierno no es suficiente para resolver este desafío. Será necesario integrar el rigor de la palabra académica, como fuente viva y práctica de conocimiento, con el impulso enérgico y vital de la juventud para acelerar esta transformación.

Por supuesto que la academia no tiene la verdad absoluta, pero ante un nuevo gobierno con un poder legislativo sin representatividad y credibilidad, integrar la mirada constructiva de las universidades, públicas y privadas, significaría dejar de gobernar para ganar elecciones y empezar a gobernar para las futuras generaciones. (O)