El relato en la región parece una copia: se anuncian medidas impopulares, se profundiza el descontento social, se acentúan los intentos de desestabilización con el previsible deterioro de la convivencia democrática. Lo que ha ocurrido en Colombia en los últimos días es una muestra evidente de que existe un enfado ciudadano que requiere, naturalmente, de varias lecturas e interpretaciones para aceptar y entender sus verdaderas raíces que, en cualquier caso, ponen en evidencia que la paciencia de la gente se ha venido agotando de forma sostenida y riesgosa.

Hay que comenzar aclarando que un buen mandatario conoce que no se puede gobernar solo a punta de medidas populares, o dicho de otra manera, hay ocasiones en el ejercicio del poder en el cual resulta muy difícil no tomar o anunciar medidas impopulares, tales como subida de impuestos, aumento del predio de los combustibles, reducción del gasto público, endurecimiento de leyes laborales, etcétera. En ese contexto, ¿debe un gobernante abstenerse de imponer cualquier medida que afecte la economía (y la sensibilidad) ciudadana, evitando así cualquier demostración de rechazo o de protesta, o en su lugar, debe tener la fortaleza de tomarlas si el beneficio que se persigue es más trascendente que cualquier rechazo que pueda generar? Hay que tomar en cuenta que ciertos analistas sugieren que la apreciación de qué tan impopulares pueden ser las medidas varía tomando en cuenta la popularidad o no del mandatario que las toma, la forma como las comunica y el intento de lograr al menos acuerdos previos con determinados sectores y grupos sociales.

Sin embargo, la tónica en últimos años en los países de la región es que, quizás por mal manejo político o simplemente porque la paciencia ciudadana ya no da más, el anuncio de esas medidas trae consigo un estado de enfado colectivo, que, tal como ocurrió en nuestro país en octubre de 2019, puede ser manipulado a tal punto de provocar desestabilización, caos y anarquía, en medio de la discusión entre el uso legítimo de fuerza pública y la represión. En Colombia se repite el libreto: la reforma tributaria anunciada por el presidente Iván Duque era totalmente inapropiada dadas las circunstancias económicas de dicho país, se produce el consiguiente reclamo ciudadano, se generaliza la protesta en las calles, pero el caos y la anarquía al que se llega es producto de otra motivación política, directamente relacionada con la sedición y la desestabilización. Ahora bien, al igual de lo que pasó en Ecuador, las conjeturas e insinuaciones en ese sentido pueden quedar en el aire, generalizando sospechas y sospechosos, sin profundizar realmente en las realidades de unas sociedades desequilibradas.

Queda claro, por lo tanto, que los gobernantes deben estar conscientes de que en estos tiempos hay sensibilidades colectivas que se manifiestan y se exponen con mayor dureza y vigor. Eso no implica abstenerse de tomar medidas duras, lo que no pueden hacer los mandatarios es olvidar que con el cabreo de la gente se puede hacer de todo, menos ignorarlo. Lo otro es querer jugar con fuego. (O)