Las cartas bomba a diferentes medios de comunicación muestran una escalada en la violencia utilizada por el narcotráfico como coerción y producción de conmoción social, caldo de cultivo para muchas violencias posteriores, sobre todo en el campo político en que se requieren afinidades permisivas para el negocio que mueve millones en el mundo y en nuestro país.

Está en juego la democracia, la gobernabilidad. Son acciones para desestabilizar e infundir miedo, para paralizar la población, para huir o mantenerse callado, para sobrevivir a como dé lugar pactando con las mafias que mueven hilos en las sombras.

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Ya hay barrios en que hay “paz”. Un solo grupo mantiene la seguridad en el sector y castiga a los contraventores. En otros, los vecinos buscan a los líderes de diferentes grupos dominantes para que sean padrinos en sus bautizos, graduaciones, fiestas diversas, porque tienen asegurado el festejo y sus consumos. Algunos sectores prefieren pagar vacunas para tener la seguridad que los encargados institucionales de proporcionarla no dan.

Y los ciudadanos no logramos ponernos de acuerdo en qué medidas tomar primero.

Racismo, discrimen y polarización

Chocan entre sí, como el enorme puente que se fue a la deriva sobre el río Blanco, saberes y prácticas ancestrales en la manera de tomar decisiones, con las urgencias de otra población alimentada por redes sociales que siguiendo algoritmos que proporcionan como información siempre más de lo mismo, porque escogen aquello que leemos o nos gusta, alimentan un pensamiento único. Y casi sin darnos cuenta, a pesar de la aspiración a la diversidad, vamos orientados a la exclusión y la polarización.

Conmigo o en mi contra

El amor, (...) que mueve el mundo y es más creativo que el odio, también debe ser el corazón de la política.

Y nos gritamos por redes con una sensación cada vez mayor de enojo e indignación. Y atacamos a las personas más que el contenido de las ideas, y levantamos muros casi infranqueables, mientras la naturaleza en su furia los derriba y nos expone a nuestra pequeñez y dependencia, como una alegoría de lo que nos espera si hacemos de la descalificación y la ofensa nuestro obrar.

No hay mucho tiempo ya para encontrar un terreno común para avanzar como país.

Tendremos que aceptar sentencias, estemos de acuerdo o no, porque de eso se trata la democracia, respetar y construir a partir de la decisión de la mayoría o de las instituciones que tienen la potestad de hacerlo a partir de las leyes que nos rigen según la Constitución que nosotros mismos hemos aprobado.

Tendremos que aprender comunitariamente a respetar las leyes, tan acostumbrados como estamos a encontrar como violarlas apenas se promulgan. Porque las leyes nos marcan el camino por donde avanzar en medio del caos.

Pero la democracia también requiere construir juntos la sociedad y el país que queremos, supone no ser espectadores pasivos. Demanda involucrarnos con las propuestas de solución más viables a los problemas que nos aquejan. Exige aceptar la posibilidad de estar equivocados, nos impone el respeto, el compromiso y la urgencia de vivir los riesgos de la incertidumbre, porque buscamos con obras, justicia, equidad para los más pobres y excluidos en un país rico con gente que amamos. El amor, esa realidad que mueve el mundo y es más creativo que el odio, también debe ser el corazón de la política y los políticos. (O)