Estaban haciendo fila para comprar luces de Navidad. Eran 2 jóvenes enamorados, uno detrás de otro, se comunicaban por sus teléfonos. Sentados debajo de las glorietas del parque lineal del Salado, otros jóvenes escribían para ellos mensajes en sus teléfonos. Algunos se sacaban selfies, todos con caras felices y sonrisas postizas, competían por el mejor tiktok.

Hemos perdido los regocijos de los encuentros, del tiempo y descubrimientos juntos, pero los añoramos, los deseamos, estamos a la espera de recuperarlos. Este feriado largo que acabamos de vivir fue una oportunidad para reunirnos, para escucharnos, para conocer y disfrutar.

Estos días de asueto, de descanso, de encuentros, de salir a la vereda a conversar son una bocanada de aire fresco en medio de las zozobras cotidianas. Pero aún allí tenemos miedo de que nos asalten, que interrumpan nuestra alegría y como un caracol vamos a hacia dentro, porque somos vulnerables.

Quizás uno de los aspectos más negativos de todas las crisis que vivimos es la de obligarnos a refugiarnos en nuestros caparazones, para explorar de a poco el ambiente en el que estamos. Y salir de nuestra cueva con mucho cuidado y parsimonia.

Se acerca el tiempo de Navidad, tiempo de encuentros, de compartir, donde la nostalgia por los que nos dejaron tiñe de melancolía los festejos. Y aspira a que nuestra alegría bullanguera y a veces superficial se transforme en gozo manso, sereno, profundo porque integra el sufrimiento de las ausencias. En algunos barrios se está poniendo en marcha el banco del tiempo, a través y con el concurso de los promotores de paz, ayudantes de los jueces de paz en 25 sectores de la ciudad. El capital de ese banco son las capacidades de cada uno y esas habilidades que se ofrecen y se reciben se transforman en la moneda que mueve el banco y muestra su ‘liquidez’ en el tiempo que se da o se recibe.

Varias veces anteriormente se iniciaron y luego desaparecieron al vaivén de las necesidades y el crecimiento de las comunidades. Quizás porque se imitó otras experiencias y no se adaptó a la ‘personalidad’ del sector en que se establecían. Ahora cada banco inventa en su sector cómo organizarse y qué pueden intercambiar. Y le ponen nombre a su iniciativa. Solo cuando adquieran raíces aceptarán mezclarse con otros sin perder su acento. Porque la experiencia les ha mostrado que se pueden diluir si no están claros qué los define y los hace originales. Y eso demanda tener objetivos claros.

Algunos comienzan a organizar la fiesta de Navidad: lo novedoso de este tiempo es que no se trata solo de esperar regalos, canastas, juguetes, sino que solo puede recibir el que da parte de su tiempo en el trabajo comunitario, en la ayuda a los demás. El tiempo es vida, al decir de Mujica, se gasta como se gasta la vida y no se puede recuperar, por eso hay que darle contenido. Y el contenido lo inventan los vecinos cuadra por cuadra. Se va haciendo un entramado de raíces, de amistades, solidaridad, acercamiento de los que están disgustados, paso a paso.

No es mucho, pero tampoco es poco. Es hermoso ver rostros que no están al acecho de un enemigo, sino que sonríen al de al lado. Porque se conocen y saben que cada uno puede contar con el otro.

Saben que no están solos. (O)