Empecemos por la visita del presidente electo a Colombia, atendiendo la invitación del presidente Duque. La cooperación con nuestro vecino es conveniente, necesaria e inevitable, como lo manifesté hace una semana, pero deben guardarse ciertas distancias para no participar en la totalidad de sus políticas, como en el caso de su enfrentamiento casi prebélico con el dictador Maduro. Es conveniente alcanzar nuestra plena incorporación a la Alianza del Pacífico, para lo que el Ecuador debe cumplir con los requisitos, entre ellos la celebración de tratados de libre comercio con los países miembros, en lo que parece que todavía tenemos dificultades con México. Creo que en estos viajes internacionales, el presidente electo o en ejercicio debería estar acompañado de antiguos funcionarios de Cancillería especializados en la relación con el país u organismo a ser visitado, y cuyas recomendaciones pueden ser muy útiles para evitar riesgos que siempre existen. Esto se notó en la conferencia de prensa conjunta de los dos presidentes; cuando algún periodista le preguntó sobre el bombardeo colombiano al campamento ecuatoriano de Angostura, el presidente electo lo justificó diciendo que esos son operativos que conforman “el estado de necesidad”, lo que constituye una muy peligrosa doctrina, propia de los Estados fuertes para atacar a los débiles. Los débiles casi no tenemos otro manto protector que el derecho, y aun estando de acuerdo en una acción conjunta contra guerrilleros y terroristas, no cabe extender una carta blanca para una acción unilateral de nadie contra el territorio ecuatoriano. A Ecuador no se le habría ocurrido, ni hubiera podido, emprender una acción policial unilateral en territorio colombiano contra los que secuestraron y asesinaron a los periodistas del diario El Comercio. Al justificar el ataque de Colombia, estamos olvidando que Uribe pidió perdón; que la OEA, avalada por la ONU, estableció que Colombia había “violado” la soberanía e integridad territorial ecuatorianas. Un alineamiento total con Duque nos podría acarrear un aislamiento, porque en América Latina están soplando nuevamente vientos de izquierda: en Perú es probable que gane Trujillo, de extrema izquierda; en Colombia, Petro lidera las encuestas; el retorno de Lula, en Brasil, luce inevitable; la posición de Piñeira, en Chile, es delicada; los Fernández y Kirchner, en Argentina, y el MAS, en Bolivia, han recuperado el poder.

En lo interno, son una incógnita los acuerdos a los que pueda llegar el nuevo gobierno con los diferentes bloques legislativos. El más lógico sería con Pachakutik e Izquierda Democrática. Un entendimiento con el correísmo sería contra natura; sería repudiado por quienes votaron por Lasso en segunda vuelta, y que le permitieron subir de 19% a 53%. Sería preferible seguir el ejemplo de Mitterrand, en Francia: luego de ganar la Presidencia en segunda vuelta, con minoría legislativa, disolvió el Parlamento, obtuvo mayoría, y pudo gobernar varias veces. Con la muerte cruzada, el correísmo perdería su mayoría, lo que sumado a un plebiscito que sustituya la Constitución de Montecristi por la de 1998, dejaría un país gobernable. A grandes problemas, grandes soluciones, pero a tiempo. (O)