Al cabo de más de dos años he vuelto a entrar en una sala de cine. Los sustitutos virtuales no se comparan al hecho de asistir a una función en esas cuevas mágicas, donde todo está preparado para subsumirse en el encantamiento del celuloide. Este reencuentro con el séptimo arte fue grato. Escogí una cinta a la que por lo menos calificaré de interesante, El rezador. La dupla de actores que encabezan el reparto, Andrés Crespo y Carlos Valencia, era buen augurio, que se concretó en una limpia realización, buen trabajo de cámaras y montaje, sonido logrado y musicalización que no estorba. La firma, como director y guionista, Tito Jara, quien se revela especialmente fuerte en la dirección de actores, contar con estrellas en el elenco no garantiza un trabajo actoral óptimo. En este campo impresiona el trabajo con la niña que tiene el rol de la vidente. Se llama Renata Jara y es hija de Tito, como se hicieron bien las cosas la relación ayuda, pero podía ser una trampa que llevase a grotescos errores.

Me sentí tocado por la locación principal del filme, Atucucho, sector occidental de Cotocollao, mi parroquia natal. Recorrí esas laderas decenas de veces, cuando las cubría un bosque de eucaliptos que luego daría paso al barrio popular que hoy lo ocupa. A ese del lugar, cuyo nombre significa “rincón del lobo”, llega Atanasio, un charlatán especialista en estafar en entierros haciéndose pasar por cura. Allí vive una pareja cuya hija dice tener visiones de “una señora”. La gente la considera sanadora y sus padres cobran un miserable óbolo a quienes quieren tocarla y pedirle salud. Con dificultades convence a los progenitores de la niña para que adopten un plan de “marketing” que dispara la concurrencia y los ingresos. El éxito conduce al derrumbe del esquema. ¡Qué fuerte escena, destripar una imagen de la Virgen, dentro de la cual se acumulaba dinero mal habido!

La historia se narra con despampanante objetividad, con matices y dudas. La problemática del negocio religioso se expone sin comentarios argumentales ni verbales, pero en cierta conversación entre los protagonistas se dice que no han puesto esa esperanza entre los fieles, sino que estaba allí y ellos solo están dándoles lo que piden. En la vida real, en toda América Latina, hemos visto miles de casos similares. Este no es un fenómeno nuevo, sino un componente necesario de una religiosidad mágica, con rezagos animistas y politeístas. Cada cierto tiempo, especialmente en días de crisis, escasez o incertidumbre, una presencia sagrada se manifiesta. Puede hacerlo a través de un mediador (médium), pero puede serlo mediante un objeto inanimado, una planta y hasta de un animal. En todo caso, siempre aparecen los “ministros”, que ad-ministran la fuente del milagro. Normalmente el origen de la revelación es profano, no proviene de la estructura clerical, que intenta no reconocer el fenómeno, hasta que su impacto masivo lo vuelve incontrolable. Tarda algunos años en admitir que ahí hay “milagro”, caso en el cual esta historia se vuelve un dogma de facto y su devoción durará siglos… desde distintas aristas El rezador nos deja reflexiones para largo. (O)