Aunque mucha tinta se está gastando, y con razón, en analizar el triunfo de Luiz Inácio Lula da Silva, el retorno de la izquierda al poder en el Brasil y sus efectos en el mundo, hay que gastar, también, un poco del tintero en los efectos de ese triunfo en el Ecuador, en su política internacional. Lo ocurrido en Brasil ha teñido de rojo el mapa de Latinoamérica, y más todavía en América del Sur, donde en la costa del Pacífico el único punto azul es el de Ecuador, y hacia el Atlántico, Uruguay y el Mediterráneo, Paraguay. Aunque es estrecho el margen ganador, también hay que anotar que es la primera vez, en los últimos años, en que pierde la reelección el presidente en el poder, Jair Bolsonaro, por la infinidad de recursos de que dispone y que los prodigó en los últimos días en entregas monetarias estatales a los más necesitados, a los que poco había atendido en su mandato. Dentro de la izquierda latinoamericana hay diferencias, sobre todo entre democráticos y dictatoriales.

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En Sudamérica, probablemente resurgirá la Unasur o algo similar, o la iniciativa de su reemplazo, la flamante Prosur, del expresidente conservador de Chile Piñera recibirá en su bandera azul una gran guirnalda roja. Recordemos que Lula no tuvo actitudes histriónicas como Chávez en la ONU contra Bush, y más bien, camino a Washington, se detenía en La Habana a conversar con Fidel Castro, con lo que evidenciaba su pluralismo. Siempre invitado a las reuniones del G8, de los países más ricos, y, también, por supuesto, a las del G20. Su posición universalista de cooperación con China, Rusia, India, Sudáfrica (Brics).

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El Ecuador debe ceñirse a los principios de política internacional mantenidos a través de su historia y evitar variarlos por circunstancias de conveniencia transitoria. Fue un error el justificar a Uribe el bombardeo a Ecuador, que contravino a la Carta de la ONU y a la jurisprudencia de la Corte Internacional de Justicia; fue una equivocación el anunciar la apertura de una oficina ecuatoriana en Jerusalén, en oposición a la expresa resolución del Consejo de Seguridad de la ONU sobre el no reconocimiento de Jerusalén como territorio israelita. Y sería mucho más grave continuar con la gestión para que el Senado de Estados Unidos, y luego el Congreso, dicte una ley con efectos en el Ecuador controlando sus decisiones como Estado soberano, incluyendo el indicarnos quiénes son los países malignos con los que no se debe llevar. Este proyecto fue ya condenado anticipadamente por nuestra Asamblea. Una ley así podría ser considerada por Latinoamérica como un renunciamiento de Ecuador a su soberanía. Cosas así pueden afectarnos en materias tan importantes como la aspiración de integrar la Alianza del Pacífico, cuyos gobiernos son todos de izquierda, con excepción nuestra. Está bien celebrar acuerdos específicos con los Estados Unidos, económicos, comerciales, de seguridad, pero sin sacrificio de nuestra soberanía.

Las grandes potencias occidentales han recibido casi con júbilo el triunfo de Lula, que significa la defensa de la Amazonía, depredada por Bolsonaro. (O)