No hay duda de que los lugares comunes son los enemigos del pensamiento. Es cierto que tienen su núcleo de verdad, pero la repetición ha anquilosado lo que querían decir y pierden de vista el sentido del cambio. Y la humanidad está cambiando desde que empezó dentro del vientre de una caverna.

Todavía debe de haber mucha gente que sienta, piense y proclame que la crianza de los hijos depende fundamentalmente de la mujer-madre o de la madre sustituta porque el instinto, el cuerpo y los sentimientos las impelen a la protección y formación de los niños. Divididos los roles por la cultura entre el hombre proveedor y la mujer cuidadora, luego, naturalmente, de la sexualidad que engendra, los siglos cayeron sobre esa división que se ha visto como natural y ha recibido impulso, comprensión y leyes a su favor, bajo el contrato del matrimonio.

Sin embargo, siempre hubo rupturas en el modelo. La madre soltera, pese a ser infamada por el contorno social, ha existido siempre, aunque haya necesitado de alguna otra ala masculina para protegerse (otro hombre, llámese padre, hermano, pariente cercano). La viuda honorable también criaba a sus hijos casi sola, mientras los viudos –tan numerosos por las frecuentes muertes en el parto– se casaban otra vez para conseguirles madres a sus huérfanos. Había convencimiento de que a los niños lo que les resultaba indispensable era una madre.

Por eso las leyes, en casos de divorcio o anulación matrimonial, habían inclinado la balanza mayoritariamente hacia las mujeres en materia de ese derecho que se llama patria potestad. Proximidad, crianza, compañía en la madre, manutención económica y relaciones limitadas a fechas fijas para el padre. Así estaban encarriladas las cosas, aunque la casuística ofreciera historias desajustadas del canon. Mujeres no necesariamente dispuestas a maternar (el verbo se ha hecho indispensable), hombres amantísimos de sus hijos, cuya labor en la crianza ha aumentado notablemente.

Muchos vimos en 1979 la película Kramer vs Kramer en la cual un padre se ve compelido a atender a su pequeño hijo por abandono de su cónyuge, y hace mil maromas para compatibilizar esa tarea con su trabajo. Fue elocuente la lección: los hombres también pueden cubrir las necesidades de la crianza, es más, descubren los profundos efectos emocionales de maternar. Cuando la esposa regresó arrepentida, el protagonista no quiso regresar al antiguo papel.

Esto ha venido a mi mente al saber que la Corte Constitucional de nuestro país ha declarado inconstitucional que la patria potestad prefiera a la madre, por negar el derecho a la igualdad y a la no discriminación parental. Hay muchos casos reales que confirman la calidad de amor y cuidado que un varón puede ofrecer a sus hijos. Y como en los complejos años actuales, los hogares necesitan del trabajo productivo de marido y mujer, o los alcances profesionales femeninos no quieren ser postergados, está más equilibrada y compartida la dedicación a los hijos. El cambio inicia su proceso en camino al análisis de la Asamblea. Es obvio que las sociedades perfeccionan su comprensión de la condición humana y del desarrollo de los individuos, unas con más rapidez que otras. Ojalá que en este tema haya mentes dispuestas a ver los derechos de forma más justa.

¿Que madre solo hay una? Pues padre también. (O)