Martí decía que las madres debían llamarse maravilla y algunos padres también.

Pelagia, la madre de Pavel en la novela de Gorki, recela de lo que hace su hijo, pero por amor a él procura entender sus ideales y lo ayuda introduciendo en la fábrica mensajes que llaman a los obreros a tomar conciencia de su situación y perece. La madre de Bodas de sangre, de García Lorca, arrastra el dolor por su hijo y su esposo asesinados. “Benditos sean los trigos, porque mis hijos están debajo de ellos”. No quiere que su hijo mate a los asesinos, solo que se cuide. La madre de la canción que clama por su hijo, llevado por la mar y le pide que no sea su tormento, que vuelva a Sorrento y la haga feliz. Una loba fue la madre de Rómulo y Remo, porque los amamantó, como muchas mujeres han dado de lactar a bebés por no poder hacerlo las madres.

¿Madres de ficción? Reflejan únicamente lo que son en realidad, que trasciende a aquellas. Fue el caso de las madres de la Plaza de Mayo, de Argentina, que al año de instaurada la sanguinaria dictadura militar en ese país, empezaron a reclamar públicamente por sus hijos/as desaparecidos/as, porque no tenían respuesta de las instituciones estatales. Caminaban en parejas en esa plaza, al frente de la casa presidencial, porque estaban prohibidas las manifestaciones de más de dos personas.

“No fuimos heroínas, hicimos lo que cualquier madre hace por un hijo. Nos llamaron locas y sí, estábamos locas de dolor, de rabia, de impotencia. A pesar de los bastones y las sillas de ruedas, las ‘locas’ seguimos de pie”, dijo la presidenta de su organización recientemente, al recordar un año más de su fundación, una nonagenaria que como otras sigue buscando a su hijo.

Los siguen buscando, con las abuelas de los desaparecidos por querer un mundo distinto al excluyente de aquellos en cuyo nombre gobernaron sangrientamente los hombres de uniforme.

Otro horror cometieron los dictadores argentinos contra las madres embarazadas que estaban en cautiverio: les hurtaron sus vástagos, nacidos en las maternidades clandestinas de las cárceles. En Chile también, donde el gobierno de Pinochet, para reducir la pobreza infantil, sustrajo miles de niños engañando a sus madres pobres, diciéndoles que habían muerto los recién nacidos y falsificando documentos para enviarlos al exterior y cobrar mucho dinero. Así se crea Hijos y madres del silencio, que busca restablecer identidades. Una de esas hijas, ya de 40 años, publica una carta en un diario para dar con su madre desde hace 7 años: “Tengo muchos sueños por alcanzar. Uno de ellos es conocerte. No te asustes, solo quiero mirarte a los ojos y descubrir una parte de mí en ellos”.

La misma madre de Bodas de sangre: “Los varones son del viento, las niñas no salen jamás a la calle”. Y manifiesta a su hijo en relación a la mujer que desposará: “… que sienta que tú eres el macho, el amo que manda. Así aprendí de tu padre”. Enseñanzas de mujeres encerradas.

Una mujer no es mejor mujer por ser madre, ni mejor ser humano, se realiza de otros modos. La madre fecunda con sus hijos la tierra, que también es madre. Besamos el vientre de nuestras madres, de las idas y las presentes. (O)