Los problemas sociales son el producto de una gestación que se da con el tiempo. Ningún pueblo se vuelve violento de la noche a la mañana. Por la diversidad de los factores que los crean, se van manifestando poco a poco, dependiendo de las situaciones, hasta que llegan a un punto crítico. Hoy, estamos en ese pico de mayor expresión y expansión.

Ningún pueblo se vuelve violento de la noche a la mañana... los factores que los crean se van manifestando poco a poco...

La violencia y, por tanto, la inseguridad en el país se genera por varios fenómenos. La más grave proviene del tráfico de drogas porque es productor, consumidor, de tránsito y ruta de reexpedición a Norteamérica y Europa. Según información de este Diario, del 31.05.22, “La mafia mexicana, italiana, albanesa y china causan terror y se disputan territorio; estos son los sectores con más asesinatos en Guayaquil, Durán y Samborondón…”. Son miles de toneladas de droga que se exportan a esos mercados y no sabemos cuántas se comercializan aquí, causando muertes por sicariato cuando no se respetan las reglas que imponen las organizaciones criminales, a cuyos yerros estamos todos expuestos.

El microtráfico aumentó cuando en el COIP se estableció la tabla de consumos mínimos y tuvo luz verde, a gran escala, con la supresión de la base de Manta. Agreguemos las secuelas que las FARC dejaron en Colombia y norte del país, donde muchos narcos se trasladaron con sus consiguientes problemas.

La violencia producida por la delincuencia común también ha crecido, -porque después de la pandemia se ha deteriorado más la economía e incrementado la falta de empleo-, provocada por los robos de poca monta para la adquisición de los estupefacientes que se expenden a todo precio. Como fruto del confinamiento también aumentaron las agresiones en el núcleo familiar.

Todo esto hace que, siendo los reclusorios los tachos de basura de la sociedad, la población carcelaria, -donde se reproducen las disputas de los narcos por los territorios y otras causas más- haya crecido exponencialmente, por lo que los asesinatos y más hechos inenarrables se han incrementado de modo espeluznante.

El periodista Leonardo Oliva, editor de Connectas, cita: “El principal poder que tienen los grupos de crimen organizado es el de corromper las estructuras sociales y gubernamentales. Lo hacen a través del dinero, las armas, las amenazas. Si el Estado es muy fuerte, es muy difícil que puedan entrar de manera profunda, estructurada… (Renato Rivera, Relasedor)”. No soslayemos tampoco lo que ocurre, a veces, en el sistema judicial.

Un estado fuerte, con autoridades firmes y unidas ante esta desgracia, es lo que necesitamos. Es menester que las funciones del Estado cumplan su rol y que se adopten las medidas pertinentes para elaborar un plan nacional, bien estructurado y sin improvisaciones, aparejado a un sistema penitenciario apropiado, que separe a los detenidos por delitos y evite el hacinamiento, estableciendo penas duras, sin compasión y sin concesiones, porque no es justo que, a título de defensa de los derechos humanos, se proteja a los delincuentes y no a las víctimas.

Mano dura, presidente, si queremos disminuir la inseguridad. (O)