La palabra desparpajo se asocia a la facilidad o falta de timidez para hablar y también a la falta de orden o confusión.

La palabra desparpajo suena a accidente, como una suma de fonemas duros que se atropellan.

Escogí esta palabra para describir un momento particular del marketing que observo, en el que se conectan los consumos culturales, la campaña política y las emisiones de noticias.

Quiero hacer una distinción entre marketing y comunicación, porque si bien los casos que me llaman la atención son fenómenos comunicacionales, analizables desde esa perspectiva, hay una serie de objetivos propios de esas acciones que determinan y condicionan su forma “desparpajada”.

El primer caso es el de una cantante popular que usa un conflicto familiar en una canción que se percibe apresurada, de mal gusto, pero que aprovecha el momentum para sacar un provecho del contexto. Como dice la canción en cuestión “las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan”, sea cual sea el impacto en sus hijos u otros implicados.

(...) ante la incertidumbre que presenta el mundo líquido (...) muchas estrategias parecieran ir sin un rumbo claro...

El segundo caso es el de una candidata a un importante cargo popular que utiliza como bandera estratégica de campaña la creación de una cerveza. Si bien inicialmente podríamos evaluar esta acción como un destello populista desesperado, que circula peligrosamente entre la felicidad burbujeante y los perjuicios de la violencia intrafamiliar generada por el alcohol, creo que, por el contrario, responde a una estrategia bien pensada que pretende reforzar su posición en un segmento donde no tenía ventaja, y eso es menos aceptable que lo primero, representa el marketing del todo vale.

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El tercer caso es el de un portal digital de noticias que ha desestabilizado la situación política nacional con sus emisiones asociadas a la corrupción.

En este caso me genera una cierta incomodidad la sensación de goce y liviandad para revelar y hacer mofa de las presunciones, pruebas o descubrimientos asociados a hechos delictivos, que lejos de ser graciosos, sugieren una realidad triste, compleja y dolorosa para el país, como también el uso arbitrario de un logotipo con la imagen de una persona, a la que le endosan una carga semántica que al menos, hasta ahora, no parecieran tener una justificación de esas dimensiones.

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Recuerdo que hace poco escribía sobre cómo las marcas estaban optando como estrategia de marketing diferenciadora, por el vínculo con causas y discursos sociales que apuntaban a un bien común, de manera interesada o no.

Hoy, las nuevas dinámicas generadas por las redes sociales y el paradigma digital, parecieran empujar a ciertas marcas a concentrarse más en los fenómenos inmediatos y en generar conversaciones efímeras para aparecer en la agenda de los likes.

Hoy, ante la incertidumbre que presenta el mundo líquido y los nuevos contextos, muchas estrategias parecieran ir sin un rumbo claro, ajustándose a la cultura del meme, retomando sin complejos un marketing de “el fin justifica los medios”, enfermándose de desparpajo. (O)