Creo que la última vez que vivimos una fiesta tan emotiva en el Ecuador fue cuando el Nine Kaviedes metió ese golazo de cabeza que nos clasificó a nuestro primer Mundial. Hoy, las calles del Ecuador vuelven a vestirse del símbolo patrio más preciado que tenemos: nuestra bandera. A pesar de que hemos vivido comidos el cuento de que lo único que une a este país es el fútbol, que los regionalismos, el fanatismo y el resentimiento son más fuertes, siempre demostramos quiénes somos en los momentos que más lo necesitamos, como cuando un terremoto nos sacude el alma o una pandemia nos encierra a nuestra suerte.

Ahora, si bien tenemos un nuevo gobernante elegido de manera democrática, los resultados muestran de manera evidente que una gran parte de ecuatorianos no se identifica ni está de acuerdo con la decisión mayoritaria. La división es notoria y dolorosa, nos ha llevado a un punto de quiebre del que nos va a costar salir, pero en el que se debe trabajar urgente. Entender que este Ecuador es tan diverso como único es el primer paso para que los resentimientos y asperezas que nos dejan con un sinsabor pese a la calma sean los primeros en ser eliminados a través de políticas públicas y un gobierno que se encargue de disminuir inequidades, respetando el Estado constitucional, plurinacional, democrático, soberano, intercultural, laico, independiente de derechos y hoy más libre que nunca.

El ecuatoriano es solidario y querendón por naturaleza, pero hemos sido heridos, nos hemos confrontado entre hermanos y sentido el abandono junto con nuestras necesidades, produciendo quebranto, pero este no es solo un llamado a un gobierno que sin duda llega en medio de una crisis económica y de salud manifiesta, es a su vez un grito desesperado a la sociedad que ha venido cultivando en sus entrañas una clara apatía que hoy nos divide. Nos hemos mal acostumbrado a justificarnos y ponerle peros a nuestro actuar condicionado que debe ser cuestionado de manera personal e interna. Hemos dejado de lado la humanidad y nos hemos concentrado en reforzar estas conductas que nos dañan y nos limitan.

Una sociedad nunca será digna, justa y equitativa, mientras normalicemos el proceder vergonzoso de que el poderoso rema solo para su molino, que justifica la pobreza, que convive con clasismo, que discrimina los colores y las procedencias, que te mira antes de extenderte la mano porque sus complejos son más fuertes que su capacidad para ser el gestor de cambio que este país tanto necesita.

Por primera vez, luego de muchos años, podemos cantar el himno nacional con fervor porque tenemos una nueva oportunidad para empezar, pero estas oportunidades no se repiten dos veces y, si no cambiamos desde todas las esferas esta diferenciación evidente entre los unos vs. los otros, en 4 años más, estaremos esperando que otro gobierno venga a salvarnos.

El pasado al pasado y el Ecuador para adelante. Sin duda alguna, después de estas elecciones, volvemos a comenzar, con nuevos bríos, nuevos aires, nuevas esperanzas. Porque, cuando uno es libre y empático, va más liviano, va más tranquilo, simplemente va. (O)