Ya repartió el último meme? ¿Cuál fue, de algún ministro con cuerpo de los Simpson, del presidente como Tom Hanks, o quizás de algún personaje sanguinario de la historia atrincherado en la Penitenciaría del Litoral? ¿Le pareció gracioso? ¿Se sintió bien al hacerlo? O cero remordimientos.

Este último, la ausencia de remordimientos, el riesgo latente que nos trae ese breve humor tecnológico, al lanzar señuelos atractivos que despiertan el deseo impetuoso de compartir contenidos que nos generaron gracia y que, a sabiendas de que muchos van a hacer lo mismo, nos apuramos a que sea el nuestro el primero que les llegue a nuestros contactos en una competencia sin sentido. Y sin culpa porque, como se dice habitualmente, “yo solo te lo copio” y se inadmite responsabilidad en los efectos.

¿Es un meme por sí mismo un ente comunicacionalmente vivo? Delia Rodríguez, española y autora del libro Memecracia, los virales que nos gobiernan, está convencida de que no. Y cita al padre del término, el zoólogo Richard Dawkins, para arriesgarse a afirmar que son simples “unidades de imitación”, motivados por la “más aburrida copia” de algo que suele parecer gracioso, aunque esté vacío.

Duro análisis de quien se ha dedicado años a estudiar este fenómeno comunicacional de masas que ocurre con mucha fuerza también en Ecuador, donde los cibernautas de toda índole se copian como autómatas cualquier imagen memiática que les parezca jocosa, gran cantidad de veces, y a menudo sin siquiera terminar de digerir el criterio de lo que muestra.

En sociedades como la nuestra, sin embargo, que el meme sea gracioso y copiable es el mal menor. Se lo utiliza y con fuerza para compartir masivamente una idea truqueada, aprovechando ese reflejo de copia y reparto automático. Y entonces se han convertido en un vehículo predilecto de las noticias falsas que contaminan el raciocinio mundial, porque internet y la nueva realidad nos enfrentan a todo, lo mejor y lo peor, a millones de señales, muchos de ellos manipulados e intencionalmente dirigidos por una verdadera industria de las fake news.

Y como esas falsas verdades que nos inundan son el resultado de muchas cosas, al buscar un antídoto tendremos que buscar un conjunto de muchas cosas que, inevitablemente, afectarán a diversos sectores, entre ellos a las autoridades, sus políticas y decisiones; a los organismos de control y de seguridad social; a los medios de comunicación y a la sociedad en su conjunto, que no puede resignarse a vivir en el ambiente falaz que algunos tratan de imponer.

La nueva realidad nos exige más que nunca ahora a los ciudadanos que nos acostumbremos a elegir, y lo hagamos bien, ante la avalancha de información que nos llueve, como el chistoso meme o las fake news. Cuando el ritmo de la comunicación era más escaso y sobre todo unidireccional, había que elegir entre poco, ahora en una sociedad mucho más compleja y sobreinformada, hay que determinar con certeza y mucha más responsabilidad qué descartar, qué elegir y cómo seleccionar sin dejarse llevar por la corriente. Dicho esto, ¿usted revisará mejor el próximo meme antes de “solo copiarlo”? (O)