Hay libros que, a más de encerrar tesoros para el espíritu, son objetos bellos. Este es el resultado de la ingente investigación emprendida por el historiador riobambeño Franklin Cepeda Astudillo, que viene dentro del envase de hermosísimo trabajo editorial, ya por su diseño, ya por las imágenes con que acompaña todo lo que hay que saber sobre esa página de corte poético que saliera de la mano del Libertador Simón Bolívar, al estímulo de la proximidad con la mole andina.

Se sabe que Bolívar visitó tres veces el territorio que anexó a Colombia como Distrito del Sur, en 1822, 1826 y 1829, y que durante la primera estancia que fue la más larga y en la que se desplazó por varias ciudades que después serían ecuatorianas, es probable que haya escalado parte del Chimborazo y que en un arrebato de inspiración escribiera el poema en prosa, cuya existencia justifica la preciosa publicación que comento. Lo interesante es que se trata de un texto que exige un minucioso seguimiento por las posiciones contrastadas que ha generado en ánimo de esclarecer su origen.

Como en muchos poemas, Mi delirio sobre el Chimborazo tiene un yo resonante y agigantado que asciende la montaña, engalanado de rasgos sobrehumanos y profundamente conmovido por la grandeza que contempla; el arrebato lírico siempre ha usado las fogosas imágenes que aluden a fiebre, fuego y a posesión y Bolívar no se queda atrás, y cabe fielmente en el espíritu romántico de su época, aunque en él –como después en Olmedo– se mezcle con las cuotas neoclásicas que emergen de la combinación con lo épico: “Un delirio febril embargaba mi mente; me siento como encendido de un fuego extraño y superior. Era el dios de Colombia que me poseía”.

Recuerdo mi primera lectura del poema bolivariano en un texto de literatura de secundaria junto al homenaje que le hiciera Medardo A. Silva, titulado Bolívar y el tiempo, porque precisamente es el “padre de los siglos”, quien se le presenta y le hace un llamado al Libertador. Ahora, en la publicación del Dr. Cepeda puedo comparar las dos versiones que se conocen sobre el poema y todo cuanto se ha discutido en torno de la ascensión del autor, autoría y escritura del texto. Impresiona saber que esta, una de las 10.000 piezas escritas por Bolívar, ha producido tanto caudal.

Tengo para larga lectura, el abreviamiento de las numerosas páginas que escritores nacionales y extranjeros han dedicado a Simón Bolívar, desde Juan Montalvo en el primer grupo, pasando por el poeta vanguardista que lo llamara “pentecostés cósmico”, Miguel Ángel León. Me hizo falta la vigorosa voz elegíaca de María Piedad Castillo de Leví, quien le dedicó La hora de América y La agonía del héroe. Entre Rubén Darío, Rodó y más, ha sido una grata sorpresa encontrar a otra apasionada: Juana de Ibarbourou.

Como los intereses de Franklin Cepeda son múltiples, también tengo frente a los ojos su libro El pasillo en la voz de Julio Jaramillo, trabajo que reconstruye la figura del cantor y recoge las letras de sus variadas canciones en ese género, así como Luis Alberto Borja Moncayo. Un riobambeño de proyección, dedicado a su digno coterráneo. Vale decir que este admirable investigador estará en la próxima Feria de Libro de Guayaquil, en la que presentará sus obras. Creamos oportunidades de encuentro. (O)