La siguiente hipótesis no es nueva, pero vale la pena que la pensemos con profundidad: mientras mayor es el porcentaje de áreas informales y no planificadas en una ciudad, mayores son sus índices de violencia y los delitos cometidos en ella.

Eso explica la situación actual de Guayaquil; el asentamiento urbano que más ha crecido de manera no planificada. Las ciudades que aparecen con frecuencia en los noticiarios como escenarios de crímenes horrendos tienen una morfología urbana semejante: Durán, Esmeraldas, Manta, Portoviejo y Quevedo son ejemplos de situaciones similares, pero en menor escala. En la Sierra ecuatoriana, ciudades como Ambato y Loja ven con preocupación el aumento de delitos cometidos en sus calles.

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Las ciudades vinculadas a la frontera norte tienden siempre a tener índices relativamente altos de delitos cometidos, en gran parte por su cercanía con la guerrilla y los carteles narcotraficantes. Esto se da principalmente en las poblaciones de Esmeraldas y Sucumbíos. En contraparte, los actos delictivos en la zona andina de la frontera norte se relacionan más con el contrabando.

Sonreímos al vernos en el espejo, sintiéndonos guapos, maquillando nuestras profundas cicatrices.

Dejando a un lado las excepciones, y volviendo a la premisa mayor de este escrito, analicemos su veracidad. Como evento económico que es, la ciudad y los espacios que la componen definen las actividades transaccionales que ocurren en ella. Los espacios ordenados y bien mantenidos tienen una mayor variedad de actividades económicas; mientras que los espacios no planificados y mal mantenidos ofrecen reducidas opciones para que sus habitantes se ganen la vida. Ahí, en esos sectores, es cuando aparece la actividad ilícita como alternativa para alcanzar la bonanza económica que tanto se anhela.

Con rebajas y estímulos tributarios, Guayaquil intenta impulsar edificaciones y viviendas de interés social de hasta 60 m²

Esto no quiere decir que no se den actividades de enriquecimiento ilícito en las áreas más acaudaladas. Se dan, pero no por necesidad sino por gula. En tiempos de vacas flacas, a muchos les cuesta soltar un estilo de vida y aparece el ‘camino’ para no vivir ‘mal’.

Resulta evidente la responsabilidad que tienen las autoridades a cargo de la planificación de las ciudades sobre la seguridad de estas. Pagamos hoy los platos rotos de la deficiente o nula planificación urbana de administraciones anteriores, que nunca lidiaron de manera frontal con los traficantes de tierras, y que en su lugar optaron por silenciosos armisticios con dichas organizaciones.

Cerca de 2.300 edificios de Guayaquil serán evaluados para verificar su estructura en casos de eventos sísmicos

El Guayaquil de hoy no tiene plan urbano alguno. Su PUGS (Plan de uso y Gestión de suelo) es un documento banal, hecho simplemente para poder decir mediocremente que se cumplió con lo que exige la ley. Guayaquil sigue siendo una ciudad dual, donde el lado glamuroso niega su lado miserable. Ahora, con todos los asaltos, asesinatos y demás atrocidades, estamos lidiando con las consecuencias de tan esquizofrénico comportamiento.

Somos una ciudad violenta y desangrada, sin norte y sin planes ambiciosos para el futuro. Sonreímos al vernos en el espejo, sintiéndonos guapos, maquillando nuestras profundas cicatrices.

Todo esto, mientras los planificadores municipales continúan con la tradición impuesta por sus predecesores: duermen. (O)