Érase una mujer que era muchas mujeres. Hundía sus manos en la tierra que hacía producir, con la que alimentaba a su pareja y familia, más seguro que la caza y la pesca del hombre, que a veces regresaba a casa como salía. Fue la época del matriarcado, que no oprimía. Cuando se estableció la propiedad privada sobre los incipientes medios de producción, nació el patriarcado. La mujer fue, como dijo el diputado y escritor alemán August Bebel, esclava antes de existir los esclavos. Así era en la glorificada democracia de Atenas que las excluyó, como a los esclavos, o cuando el señor feudal tenía hasta el derecho de pernada sobre las mujeres de sus vasallos. Con la revolución francesa que barrió los privilegios, empezaron las luchas por la emancipación femenina. La Declaración de los Derechos del Hombre había olvidado a las mujeres. Estas comenzaron a pensar si podían cambiar su relación, no solo con el hombre y la familia, sino con la sociedad.

Reconocer a la mujer todos los días

La Revolución Industrial llevó a las mujeres a las fábricas, laborando en mayor número que los hombres porque les pagaban menos que a ellos. Su trabajo, como ahora, era doble, uno no retribuido y otro mal retribuido, con agotadoras jornadas y desprotección, como los niños, frente a los accidentes y las enfermedades. Pero su familia necesitaba su salario. Las mujeres de la clase media pedían que se les permitiera estudiar en las universidades. El exceso de trabajo, los prejuicios propios y ajenos, las leyes que impedían su pertenencia a asociaciones políticas, conspiraban para que las mujeres tomaran conciencia de su situación opresiva y de lo que podían hacer para terminarla. Algunos querían que se prohibiera su trabajo, pero los socialistas sostenían que era necesario para su realización personal, independencia económica y necesidad familiar. Hubo, contradictoriamente, negación de derechos en la tienda que creían propia las mujeres de piel negra: En la segunda mitad del siglo XIX y primera del XX, se las mandaba a que caminen atrás en las marchas que reclamaban el voto para la mujer. El feminismo se escindió cuando el sector burgués proclamó que luchaba “contra todo lo masculino” y no defendió a las mujeres pobres perseguidas por el poder.

Con sus huellas perduran en la historia

(...) este 8 de marzo las mujeres nuevamente serán en el mundo el viento que corre por las calles y penetra en las ventanas.

Thomas Mann decía que la mujer, en la medida en que se encuentra a sí misma, se transforma en otra distinta de lo que fue. Con la Constitución liberal ecuatoriana de 1897, las mujeres ya eran consideradas ciudadanas, por lo que podían sufragar. Sin embargo, recién en 1924 una mujer, la Dra. Matilde Hidalgo, quiso ejercer ese derecho y después de algunas trabas del aparato estatal manejado por hombres, pudo hacerlo. Hace falta, pues, que más mujeres asuman su rol y disipen temores.

Contra los numerosos y atroces feminicidios, la brecha salarial que privilegia sin razón al varón, los despidos de mujeres embarazadas, la reproducción de los estereotipos negativos, la instrumentación de su cuerpo, por todas sus reivindicaciones y las de la sociedad, este 8 de marzo las mujeres nuevamente serán en el mundo el viento que corre por las calles y penetra en las ventanas. (O)