¿Conocen al youtuber Damian?, quiteño, de 27 años, de apellido Bernal y que dice haber intensificado su presencia en el mundo de YouTube hace dos años, cuando escribió un libro y decidió venderlo por ahí. Pero si no lo conoce, le cuento que hay casi 400.000 seguidores de su cuenta y que desde el 2016, cuando empezó, sus videos suman más de 71 millones de vistas. Que no es poco.

¿Y al tiktokero Daniel Reinoso? Guayaquileño, centenial, creativo, cuyos videos en esa, la plataforma líder de las redes sociales actuales, totalizan más de 8 millones de “me gusta” y sus seguidores llegan casi a los 220.000.

Ambos, nativos digitales, tienen en común que acaban de estar en Qatar acompañando a la selección del Ecuador y desde allá crearon múltiple material audiovisual, distendido, espontáneo, cero libreto, autograbado, a ratos cargado de jergas y palabras “poco santas”, pero de indudable éxito en el país y en muchos sitios del mundo donde hay quienes los siguen.

Los dos fueron en calidad de hincha, relataron la travesía, mostraron sus emociones y, sin pagar derechos de transmisión ni ubicaciones especiales, lograron captar audiencias que, en el caso de Bernal, se calcula promediaron 200.000 para cada video subido. Son, sin duda, el prototipo del creador de contenido, aquel nuevo importante jugador de la realidad comunicacional del siglo XXI que con poco hace mucho; que ha roto los esquemas de rígidos, no necesita de un estudio iluminado ni de un séquito de productores para, con el lenguaje afín a su generación, capturarla.

Tiktokización

Este Mundial 2022 pasará a la historia no solo como el que rompió los paradigmas de haberse cumplido virtualmente en una sola ciudad sede, Doha; en un país cuyo tamaño no se compadece con su riqueza; y que incluso logró de la FIFA hasta que se acceda a cambiar las fechas para que el clima no sea tan inclemente. Épico, porque la dictadura tecnológica de VAR anuló un montón de goles, dejando la sensación de perjuicio en muchos de los equipos.

Pasará a la historia además porque puede, debe, marcar el fin de la rigidez organizativa y del esquema de pago de derechos comerciales y el hogareño pague por ver. Trascenderá porque ha sido el escenario ideal para el boom de los creadores de contenido, que más allá del simple relato de la jugada y la cita a los reglamentos del fútbol, transmitieron a su audiencia su vivencia de aquel momento en que el zapatazo de Gonzalo Plata pegó en el poste, frente a Países Bajos, o la desazón casi hasta las lágrimas, que ellos sintieron cuando el pitazo final ante Senegal. Y no solo eso, también cómo era fácil burlar los controles de licor en ese país.

Es un paso agigantado en la comunicación que tiene algún rato pasado del generalismo informativo, al ultranicho de querer sentir “en carne propia” lo que el creador de contenidos sintió cuando se iba a patear un penal. Más allá del llanto de los jugadores eliminados, quiere palpar la angustia y decepción a través de quien pasó mil peripecias como las que yo hubiese pasado, empeñó todo para comprar un boleto y ahora sufre la eliminación, como yo la hubiese sufrido allí.

Mundial histórico por múltiples factores, sin duda. (O)