Luego de la más larga dictadura de la historia ecuatoriana, la democracia vuelve a tener vigencia en 1979 en nuestro país. Asciende al poder un joven abogado, cargado de buenas intenciones: Jaime Roldós Aguilera. Una asamblea, en la cual brillaban ecuatorianos de gran trayectoria política, como el Dr. Raúl Clemente Huerta, el Dr. Carlos Julio Arosemena Monroy, el Dr. Otto Arosemena Gómez, el Dr. Blasco Peñaherrera Padilla, el Sr. Asaad Bucaram Elmhalin, el coronel Rafael Armijos Valdieso, entre otros personajes de la política nacional, enfrentó con dureza al mandatario.

Jaime Roldós calificó entonces a sus opositores como “Patriarcas de la componenda”. Denunció el intento de la Asamblea de maniatar y tratar de someter al ejecutivo. No en vano en la campaña se decía “Jaime Roldós a la presidencia, Bucaram al poder”.

Tras la trágica muerte de Jaime Roldós lo sucede Osvaldo Hurtado Larrea. La Asamblea desató una oposición sin cuartel, y Osvaldo Hurtado sufrió serios intentos de desestabilización. Fue acusado por la oposición hasta de comunista. Hurtado salvó milagrosamente la democracia ecuatoriana.

Vino luego el período del ingeniero León Febres Cordero, y la izquierda del país dijo “gobernaremos desde la Asamblea”. La oposición fue rabiosa, y el conflicto y pugna de poderes llegaron al límite de que los tanques de guerra rodearon el palacio legislativo. Luego de las elecciones intermedias, el Congreso planeó el llamado a juicio político a medio gabinete, para desestabilizar y dar un golpe mortal al Gobierno. Fui, como ministro de Finanzas, el primero de los llamados, “mientras se ponían de acuerdo en el orden en el cual traerían a los peces gordos políticos del régimen”. El plan era destituir a Luis Robles Plaza, a Marcel Laniado, a Edgar Terán, a Xavier Espinoza y dejar decapitado al régimen. Llamaron al joven ministro de Finanzas, para “despacharlo en 20 horas”, según dijeron, y luego de ello proceder con la destitución de los demás secretarios de Estado. No se imaginaron que el joven ministro hablaría durante 5 semanas, desgastando al Congreso. No pudieron entonces seguir con la agenda. Pero luego, cuando el levantamiento militar de Frank Vargas Pazos, no dudó la Asamblea en apoyar dicha acción subversiva y ponerse del lado del golpe de Estado, no de la democracia.

En el gobierno de Borja se dio una oposición en la cual diputados que no la integrábamos fuimos salvajemente agredidos. Esa oposición se armó entre el CFP, el PSC, el PRE y otros, y se sustentaba en la amnistía de Abdalá Bucaram y a cambio de ello tomarse las cortes. Denuncié en la Asamblea ese intento, un cenicero de cristal sólido voló por los aires y me partió la cabeza. Caí lleno de sangre al piso, y por defenderme, dos caballeros, Yamil Mahuad y Wladimiro Alvarez, terminaron brutalmente agredidos. Los tres fuimos ingresados a casas de salud, para que fueran tratadas nuestras heridas. En mi ceja izquierda fueron cocidos 11 puntos. Entonces tuvimos que unirnos partidos de todas las tendencias, y en un acto de fuerza para precautelar nuestras vidas, destituir al entonces presidente de la Asamblea.

Desde la Vicepresidencia, fui testigo directo del famoso “contrato colectivo”, en el cual diputados fingían ser oposición, pero sí votaban a favor de leyes esenciales que se necesitaban en su momento. Para ello recibían partidas extrapresupuestarias para supuestas obras, que terminé denunciando porque estaban cargadas de corrupción. No resistieron el baño de verdad. Me iniciaron un juicio penal inicuo e infame, cargado de falsedad. Fui a juicio político, y a pesar de no haber sido censurado, las fuerzas políticas que manipulaban la justicia dirigidas por León Febres Cordero me forzaron a un exilio de 20 años. El juicio fue anulado en dos ocasiones por la justicia nacional.

Luego la Asamblea destituyó a Abdalá Bucaram, y secuestró a Fabián Alarcón, quien tuvo la tarea de sostener a una débil democracia y legitimó el hecho con una consulta popular. Cayó Mahuad, Gustavo Noboa fue infamemente perseguido; Lucio, destituido en forma totalmente irracional.

En períodos más recientes, luego del trauma que llevó a la dolarización, vino el vergonzoso episodio “de los manteles” que en forma ilegal e inmoral destituyó a legisladores legítimamente electos, para poner a los suplentes con los cuales la “FaRC” (familia revolución ciudadana), con el argumento de que el Congreso conspiraba contra el ejecutivo, produjo las condiciones para ir a la constituyente, e iniciar el proceso destructivo de la sociedad ecuatoriana más grande que se conozca en nuestra historia.

Hoy, los vientos de pugna y las denuncias de conspiración vuelven a la palestra política. Como dice el Eclesiastés “nada hay nuevo bajo el sol”.

La sociedad ecuatoriana vive hoy una zozobra, por la forma en la cual se hace política en nuestro país. Se cree que solamente la oposición rabiosa, irracional, y el bloqueo del Ejecutivo da capital político. Así, ningún país en el planeta puede derrotar a la pobreza.

Muchas veces, a través de esta columna he explicado la necesidad de entender que el país debe tener una agenda acordada por todos los sectores. No existe. Sea con la muerte cruzada o sin ella, la solución puntual al actual entrampamiento no resolverá el problema de fondo: el salvajismo de la política ecuatoriana, la falta de civismo, la búsqueda del interés partidista por encima del nacional, y la forma irracional en la cual durante más de 40 años de vida democrática desde el retorno del 79, los partidos políticos y la Asamblea hacen oposición al gobierno de turno.

He sido testigo directo desde el Ejecutivo y desde el Legislativo de las pugnas y luchas políticas en nuestra patria. Examinando la historia, hay que hacer un acto de fe muy grande en el futuro del Ecuador. (O)