Muchos piensan que la gobernabilidad se logra cuando el Ejecutivo tiene a su favor una mayoría en la Asamblea, pudiendo así implementar gran parte de su plan de gobierno. La gobernabilidad, no obstante, no es que el Ejecutivo tenga escasos límites a su poder, sino que las diferencias, que siempre existirán, se puedan resolver a través de canales institucionales.

Por ejemplo, en EE. UU. a veces las elecciones resultan en un gobierno dividido: esto es un Ejecutivo de un partido y mayorías del otro partido en el Senado y/o el Congreso. En ese país la Corte Suprema suele limitar el campo de acción de mucho de lo que pretenden hacer aquellos que ocupan la Casa Blanca y nadie habla de una crisis de gobernabilidad.

Un límite de facto al poder de los gobiernos vienen a ser los diversos grupos de presión, más aún cuando se trata de países con una frágil institucionalidad. En una entrevista que le hiciera James Buchanan a F. A. Hayek, este explicaba que el problema con la “democracia ilimitada” operaba bajo la presunción de que si la voluntad de la mayoría elige el gobierno, entonces ya no era necesario limitar el poder de dicho gobierno. Pero esto genera una gran confusión, señalaba Hayek, puesto que “la coerción podía ser solo utilizada en la ejecución de normas generales que eran aplicadas de igual a todos y el Gobierno no tenía poderes para brindar una asistencia o prevención discriminatoria de personas particulares. Lo terrible de haber olvidado esto es que ahora por supuesto ya no es la voluntad de la mayoría (…) la que determina lo que el Gobierno hace, sino que el Gobierno se ve obligado a satisfacer todo tipo de intereses especiales para construir una mayoría”.

El poder es algo que transforma a las personas y siempre existirá la tentación para que un líder político, sin importar cuán preparado y por mucho que haya trabajado para conformar su ideario y plan de gobierno, se vuelva irreconocible al buscar satisfacer a grupos de interés para construir una mayoría que lo sostenga en el poder. Pero los líderes que se convierten en un parteaguas, aquellos que recordamos mucho tiempo después de su paso por el poder, para bien o para mal, son aquellos que lejos de dejarse llevar por las corrientes dominantes, persuaden a suficientes personas de sus propuestas teniendo sus principios como brújula. Esos son los que transforman de manera trascendental sus respectivas sociedades.

Hace algunos días Jaime Durán Barba comentó que básicamente el giro de la campaña de Guillermo Lasso tuvo que ver con un consejo sencillo al entonces candidato: “La gente no quiere votar por estatuas, sino por seres humanos… sé cómo eres”.

Al momento de desarrollar las políticas de su próximo gobierno, para no diluirse en medio de las presiones de los distintos grupos de interés. Así han venido fracasando líderes cuyos errores debe tener cuidado en no repetir el presidente electo, como Sebastián Piñera y Mauricio Macri. Por otro lado, Isabel Díaz Ayuso acaba de lograr una victoria contundente en Madrid sin aceptar el relato de la izquierda, más bien combatiéndolo.

Está bien negociar, escuchar distintas opiniones, pero no se puede perder el norte en torno a los principios que sostienen una sociedad de personas libres. (O)