La noticia conmovió las aguas enlodadas por múltiples escándalos, contradicciones y rupturas de la realidad nacional. Un país roto, fracturado, sin confianza en sus instituciones ni en las personas que lo representan, amanece con una noticia que estremece.

En Puerto Quito, niñas eran violadas por parientes cercanos a las víctimas, padres, hermanos, cuñados, tíos y hasta vecinos. Algunas eran vendidas o alquiladas. Los detenidos no tenían vínculos entre sí. Sistemáticamente y desde hace meses y años…

Y entonces, además de la indignación, surgen múltiples preguntas. ¿Cómo sucede esto en un lugar específico de nuestra geografía, situada en una encrucijada entre Pichincha, Esmeraldas y Santo Domingo? El nombre se origina en el sueño de Pedro Vicente Maldonado de encontrar un camino corto entre la ciudad de Quito y el océano Pacífico, a través de ríos que actualmente han perdido caudal. Un cantón abandonado de la atención del Estado, con pocos servicios básicos y rodeado de paisajes de ensueño. Pero lo allí sucedido, ¿es una excepción o tiene manifestaciones más profundas?

Las crónicas rojas nos traen noticias de femicidios y violaciones todos los días. Es una realidad que asoma la punta del iceberg en medio del despertar, indignación y cuestionamiento general, de una realidad que está ahí y de la que poco se habla. Cerrar los ojos, ignorarla, permite que crezca en las sombras y que sus tentáculos arruinen muchas vidas.

El lugar que debería ser el más seguro para los niñas y jóvenes es el centro en muchos casos de violencia extrema, la violencia contra el cuerpo. El cuerpo es la manifestación externa de la persona de su presencia en este mundo, es su carta de presentación visible, es su santuario, su hogar. Atacar el cuerpo, violarlo, es aniquilar a un ser humano, asesinarlo aunque no lo maten, es destruirlo dejándolo vivo, es una tortura que impacta las fibras más íntimas de la personalidad, el corazón de su ser, es dejarlo a la intemperie, sin seguridades, sin confianza, lleno de miedos e incertidumbre.

Cuando esa violencia es ejercida, como sucede en la mayoría de los casos, por sus familiares más cercanos, aquellos llamados a protegerlas, la herida es más profunda. Cada vez aparecen más ataques a infantes, a niños de pocos años. También esos ataques son noticia en otras partes del mundo, de guerrillas y grupos fundamentalistas que roban niñas en escuelas para entregarlas como trofeos a los soldados. Ha sido una práctica usual en las guerras, en las conquistas. Muchas mujeres siguen demandando a Japón por haberlas usado desde niñas como esclavas sexuales durante la guerra. El cuerpo de la mujer se convierte en la tierra de combate. Es el territorio invadido y devastado que los machos conquistan y someten.

Está en juego el ejercicio del placer ligado al poder, no al amor. Es el ejercicio del poder en su estado más brutal. Las mujeres, niñas y bebés tratadas como cosas para obtener placer. En algunas zonas de la ciudad se venden muñecas inflables con ese fin.

Sería interesante que grupos de hombres se organicen y propongan acciones que lleven a cambios profundos, las mujeres lo estamos haciendo pero falta la organización de los actores directos en el cambio de esta realidad. (O)