Andrea Bernal se la olió a tiempo. En su lugar, Claudia Arteaga fue la sacrificada de la noche, resignándose a silenciar sus repreguntas para dilatarse explicando reglas, releyendo preguntas y controlando tiempos. Una función que podría realizarla “con té y simpatía” cualquier cara bonita de la televisión nacional. Así, la primera y candorosa mentira de la noche corrió a cargo del Comité designado por el Consejo Nacional Electoral, que concibió cinco preguntas farragosas, “universales” y diluyentes: una invitación para que los candidatos permanezcan en la superficie habitual, la generalidad mentirosa y la ambigüedad inasible. Además, un intercambio de microrréplicas mutuas que se convirtió en el previsible “pico a pico” para no abordar lo que interesa a los ciudadanos. Pese a ello, el esperado debate fue mejor que nada.

Un desfile de enunciados generales y promesas seductoras de lado y lado, sin dar cuenta del cómo y con qué plata todo aquello se pagaría. De un lado, Guillermo Lasso intentando “hacer de típico político ecuatoriano” sin lograrlo plenamente. Del otro lado, Andrés Arauz lográndolo sobradamente y revelando sus aptitudes para ello, que podría desarrollarlas al infinito si lo elegimos. De un lado, el lanzamiento del eslogan prefabricado “Andrés, no mientas otra vez” que ha pegado por unos días, pero que no incidirá sobre el electorado como el decisivo “Míreme a los ojos, doctor Borja” de León Febres-Cordero en 1984. Del otro lado, la erudición del niño listo de la clase tomando la lección al dos veces repetidor de año sobre el Protocolo de Nagoya y actualización informática, para encantar a sus creyentes.

Los ataques predecibles entre “el hijo político de Correa” y “el banquero de los amigos ricos” sirvieron para no responder a muchas preguntas enunciadas y a todas las silenciadas, como aquellas que Felipe Rodríguez propuso en el diario El Telégrafo la semana pasada: breves, cortantes y necesarias. Al final, las acusaciones mutuas y gastadas disimularon el hecho de que los dos candidatos no podrían explicar de qué manera, exacta y verosímil, enfrentarán los grandes problemas ecuatorianos presentes: el desempleo, el sostenimiento de la dolarización, la vacunación, la transnacional criminal, el “talento nacional” delictivo, la corrupción, la salud, la educación, la desocupación de los jóvenes, los venezolanos, la pobreza, el deterioro ambiental…

Los ecuatorianos adoramos que nos digan falsas palabras de amor, en lugar de la cruda verdad acerca de nuestra realidad y los sacrificios necesarios para modificarla. Votamos por las promesas irreales que no nos piden trabajo ni esfuerzo, salvo nuestro voto. Cualquier candidato que nos proponga “sangre, sudor y lágrimas” (metafóricamente) a lo Churchill, para ganarle la guerra a la miseria, jamás será electo presidente.

Elegimos el engaño cíclicamente, porque la verdad nos resulta insoportable. Aun así, y a pesar de las falacias particulares de cada uno, hay que votar por uno de los dos, porque son significativamente diferentes y constituyen una alternativa antitética. Respeto otras opiniones, pero el voto nulo no me parece una opción responsable en esta coyuntura. (O)