El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, acaba de proclamar que la crisis climática denunciada por él mantiene al planeta al “borde del abismo”, expresiones dirigidas al Foro sobre Cambio Climático que convocó el Gobierno alemán, ratificando que casi todos los países suscriptores del Acuerdo de París no han honrado sus ofertas, asegurando con ello que la temperatura continúe su ascenso más allá de los 2,4 grados centígrados, mientras el año pasado la concentración de CO2 alcanzó límites inaceptables de 148% sobre los niveles preindustriales, que llevará a la Tierra a un abismo insondable.

Aun así, estima Guterres, es posible eludir la confrontación apocalíptica, si a través de la cooperación de todos los países desarrollados o no, luego de la necesaria recuperación pospandémica, se comprometan a limpiar el tránsito de la humanidad por una vía ecológica, lo cual significa llegar a la gran meta de neutralidad climática, en que el monto de las emisiones sean iguales a lo que la Tierra pueda absorber de ellas, a más tardar hasta mediados de este siglo, y las naciones que representan el 68% de la economía, que también ostentan el 61% de los efluvios dañinos, asuman con veracidad el pacto de ecuanimidad, hasta esa data.

Debe demostrarse el abandono del uso de carbono fósil hasta el 2030 por parte de los miembros de la OCDE, Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, seguidos por el resto de socios de la comunidad internacional, alcanzar el ambicioso cero emanación hasta el 2050, que se aspira hereden las futuras generaciones, merecedoras de disfrutar de una naturaleza más límpida que por nuestra culpa recibirán manchada.

Una buena noticia es el retorno de Estados Unidos a las obligaciones que contrajo en París, y esta vez el presidente Biden, con optimismo, prometió más allá que su colega Obama, al decir que su país reducirá las contaminaciones en un 52% para el 2030, es decir, duplicará lo suscrito en París, secundado por otros grandes como China que ratificó sus aspiraciones y Bolsonaro de Brasil dio señales enderezadoras de su sinuoso comportamiento ambiental. Pero se alienta desconfianza cuando se proclaman inversiones inmensas en compra de carbono, estimulando el peligroso precepto “pague el que contamina”, abriendo un boquete para el abuso a costa de la depredación de la naturaleza en los países tropicales de bajo desarrollo.

Se esperaba un plan universal de aprovechamiento de la capacidad de los suelos para secuestrar los excesos del carbono atmosférico, estimado entre 88 y 210 GT (1 GT equivale a un millón de toneladas), o lo que es lo mismo 41 y 99 ppm de CO2, para disminuir el temido fenómeno climático. Los suelos albergan 1.500 gigatoneladas de CO2 hasta un metro de profundidad, el doble del retenido por el aire, en tanto que la vegetación almacena 600 GT y los bosques 270, según el trabajo de Joyce Edith Hernández y otros, en un estudio patrocinado por la Universidad Tecnológica de México.

Que Guterres insista en los prometidos 100.000 millones de dólares anuales de los países ricos para programas que integren lo ambiental con la producción alimentaria. (O)