El 28 de abril de 2021 falleció Michael Collins. Tenía 90 años y vivió una vida asombrosa, llena de desafíos y logros casi inhumanos. Pero ustedes se preguntarán: ¿Quién es Michael Collins? Pregunta que, por cierto, no es nada infrecuente.

Michael Collins fue el ‘tercer’ astronauta de la eterna misión Apolo 11, que llevaría por primera vez, en julio de 1969, al ser humano a la Luna. El ‘primero’ fue el reconocido Neil Armstrong quien, al pisar la superficie lunar, dijo la legendaria frase: “un paso pequeño para un hombre, un paso gigante para la humanidad.” El ‘segundo’ es el desafiante y polémico Buzz Aldrin, el único de los tres que sigue con vida y que acompañó a Neil en su exploración lunar. Michael, por su parte, nunca descendió a la superficie lunar pues fue el encargado de resguardar la nave Columbia, dentro de la cual los tres astronautas regresarían a la Tierra. Su misión era, lejos del protagonismo y de la gloria eterna, una de igual importancia: el garantizar la seguridad e integridad de la misión.

Durante su espera, Michael estuvo completamente solo por 23 horas, lo que llevó a algunas personas a decir que fue el primer hombre en tener una experiencia absoluta de la soledad. Imaginemos este momento. La nave Columbia orbitaba el ‘lado oscuro’ de nuestro satélite natural, en el punto más lejano que un hombre haya alcanzado respecto de la Tierra. Sin comunicación con nadie, ni tan siquiera con sus compañeros, Michael flotaba íngrimo, oteando la inmensa y absoluta negrura del vacío cósmico. En su libro Carrying The Fire (1974) reflexionó sobre este momento y dijo: “En la máxima quietud posible, sin ser alterado por la presencia de ningún ser vivo, he divisado la profunda negrura del espacio infinito.”

Su prueba máxima dentro de la misión se dio al momento de engarzar el módulo Eagle que regresaba de la caminata lunar, recogiendo a sus compañeros Neil y Buzz. Si algo no funcionaba bien o, peor aún, si él cometía algún error en esta maniobra, la consecuencia era que Neil y Buzz no hubieran podido regresar a casa, lo que lo hubiera condenado a vivir con el eterno estigma de ser el responsable de perder a los héroes del primer alunizaje en el espacio sideral. Sin embargo, aunque alejado del foco protagónico, Michael cumplió a cabalidad su rol fundamental dentro de esta misión, trayendo de vuelta a los exploradores espaciales a nuestro planeta.

A su regreso de la misión, y pocos meses después de los festejos nacionales por la conquista lunar, Michael se retiró de la NASA y se dedicó, principalmente, a la divulgación de la ciencia. Fue el primer director del Museo Nacional del Aire y del Espacio en Washington, fue también subsecretario del Smithsonian Institute y, además, escribió cuatro libros sobre temas espaciales: el ya mencionado Carrying the Fire (1974); Flying to the Moon and Other Strange Places (1976); Liftoff: The Story of America’s Adventure in Space (1988); y Mission to Mars (1990). En una de sus últimas reflexiones nos recordó que “hay pocas cosas más frágiles y hermosas que la Tierra, trabajemos juntos hoy y todos los días para proteger nuestro hogar.”

Michael Collins tuvo una callada y metódica determinación para alcanzar sus objetivos y los de la humanidad, lejos de los focos de la fama y de la gloria. Su silenciosa contribución, sin embargo, será imperecedera. Godspeed, Michael.