Una mañana helada como todas en enero. No es la leve danza de la nieve sino la batalla brutal del granizo y los vientos del norte lo que veo desde mi ventana. Abro el periódico local y una ráfaga me hiela el alma. Leo: hoy recordamos que en este mismo día de 1942 partió de Leipzig el primer transporte de judíos destinados a los guetos y campos de exterminio erigidos por los nazis en el Este (“transporte”: todo el horror que cabe en una sola palabra). Un agente de la Gestapo, Ernst Kaußmann, supervisó en persona el operativo (la importancia de llamar a los criminales por su nombre). 561 judíos fueron obligados a presentarse a primera hora de la mañana en el punto de encuentro: la escuela n.º 32. En el gimnasio y la planta baja del edificio se alineaban los catres donde las víctimas pasarían dos noches antes de abordar el tren en la cercana estación de Engelsdorf (ironías macabras de la historia: Engelsdorf significa “pueblo de ángeles”).

Releo lo escrito: “abordar el tren” suena romántico. Lo acontecido es todo lo contrario: a la madrugada del 21 de enero, a gritos y empujones, los soldados nazis subieron a hombres, mujeres y niños en camiones que los llevarían a la estación, donde aterrados, hambrientos y congelados pasarían a ocupar, sin saberlo, un puesto no solamente en esos vagones sin calefacción sino en la historia de la infamia: el lugar de las víctimas inocentes. La temperatura exterior todavía era de 17 grados bajo cero cuando llegaron a Dresden, un par de horas al este de Leipzig, donde este tren de la muerte recogió a 224 pasajeros más. Son ya 785 las almas a bordo (he utilizado una calculadora para hacer esta suma, me cuesta comprender los números, pero me abruma el peso de los nombres que los acompañan). La tercera parada es Breslau donde se permitió a los “pasajeros” beber agua. La última estación sería, definitivamente, final. El 24 de enero de 1942 el transporte llegó a Riga, Letonia. Casi 30 mil judíos letones habían sido asesinados a fines de 1941 para “hacer espacio” en el gueto para la llegada de judíos alemanes deportados que perecerían allí mismo o meses más tarde en Kaiserwald, el campo de concentración dirigido por Eduard Roschmann, el carnicero de Riga.

En mi pantalla aparece la lista de judíos deportados desde Leipzig en esa mañana de enero de 1942. Documento original, manuscrito. 588 nombres de los cuales 27 se tacharon a último momento. 561 deportados de los cuales 556 vivían en Leipzig, en edificios que todavía existen, en calles por donde he andado. Casi ninguno sobrevivió. Los nombres de las víctimas, su fecha de deportación, su lugar y fecha de muerte jamás se borrarán, han quedado tallados en metal, incrustados en las calles ante los hogares de donde los arrancaron, en unos pequeños bloques dorados que obligan al caminante a detener su paso y mirar al suelo (por algo se llaman Stolpersteine, literalmente: piedras que hacen tropezar). Un tropiezo que aterra, conmueve, incita a la reflexión y a una comprensión amplia y profunda de la historia. Porque ese primer transporte de Leipzig fue uno entre miles; esas centenares de víctimas, una gota en un mar de sangre. (O)