Hace pocos días se conoció el caso de una mujer que golpeaba a su perro lanzándolo sobre el piso del balcón de su departamento, a vista y paciencia de los transeúntes de ese momento. Afortunadamente, el acto fue detenido por vecinos y autoridades, que rescataron al animal maltratado mientras se tomaban acciones contra la agresora.

En tiempos violentos como los que estamos viviendo, este episodio doméstico de crueldad y maltrato animal es un indicador de lo que el ser humano puede llegar a hacer abusando de su poder. Quienes maltratan a los animales esconden en su fuero interno una actitud violenta, quizás vista y aprendida en un entorno familiar disfuncional. Hacer daño a otro ser vivo por el puro deseo de ejercer dominación y sentirse superior es patológico. No habría gran diferencia cuando, bajo la misma reacción, se ejerce violencia sobre menores de edad o sobre mujeres. Quien se asume como de mayor jerarquía es quien domina y quien es más débil sucumbe.

El maltrato animal es signo de violencia doméstica y, según varios estudios publicados, es tanto factor de riesgo como consecuencia de violencia interpersonal. En general, los agresores tienen una historia de abuso animal alguna vez en sus vidas. Se consideran también como formas de maltrato la negligencia, el abandono, la falta de cuidados, el negar alimentos, el permitir la reproducción descontrolada, el promover las peleas entre animales. Los niños que crecen en ambientes marcados por violencia intrafamiliar suelen reproducir conductas agresivas con ellos mismos y con los demás. La exposición constante a escenarios de violencia puede “desensibilizar” y crear hábito, a partir de alteraciones estructurales en los circuitos neuronales de la empatía, mediados por neurotransmisores como la oxitocina y la serotonina. Se ha demostrado que la crueldad animal es un componente de la historia conductual de los psicópatas y de los asesinos en serie, quienes han llegado a “desensibilizarse” tanto que terminan por no inmutarse frente al dolor ajeno y por no sentir culpa. La escalada de la violencia comienza con agresiones pequeñas, transita por el maltrato animal y llega a la agresión verbal, sexual o física con otros seres humanos.

María Morera, psicóloga cognitiva y social de la Universidad de La Laguna (Tenerife, España), sostiene que, en una sociedad deshumanizada, los animales son percibidos como máquinas y no como seres sensibles.

Si los jóvenes no pueden reconocer que los animales son seres que sufren y sienten dolor, el círculo de violencia tiende a repetirse en futuras generaciones.

Vale, entonces, detenernos a pensar si las viejas costumbres que implican maltrato y sufrimiento de los animales son racionales o si es hora de enterrarlas. El maltrato contra los animales es una señal de alarma que esconde potenciales abusadores. Necesitamos una sociedad más humana, empática y respetuosa. Enseñar a los niños a ser más compasivos podría ayudar a reducir todos los tipos de violencia. (O)