Esto va por Alfredo Pinoargote Cevallos.

“En todas las épocas, y sin duda en todos los países, la opinión pública es conformista y autocomplaciente. No le gusta aquellos que la molestan”, decía Tzvetan Todorov hace 20 años. Lo que me recuerda el chiste al que Sigmund Freud hizo referencia en un pequeño escrito y que yo jamás escuché, sobre los tres oficios imposibles de la humanidad: educar, curar y gobernar. Pero la reciente desaparición de Alfredo Pinoargote, más todo lo que leo en la interacción entre los medios y el público en la escena pública ecuatoriana, y mi experiencia en esta columna semanal, me lleva a proponer un cuarto oficio imposible: el de opinar y proponer análisis e interrogaciones sobre asuntos sociales y políticos de un país, es decir, el de “analista político” como se dice por acá, u “opinólogo de periódico” como lo llamo para mi coleto. Es un oficio posible, una práctica que se difunde en los medios, pero imposible porque nada garantiza, a priori, que ello pueda cambiar el pensamiento y la conducta de las personas a quienes va destinado, empezando por el hecho de que pocos nos leen o escuchan o les importa.

En el fondo, entre la mayoría silenciosa e indiferente, y el “trolerío” rabioso y fundamentalista que inunda las redes sociales y escribe a los periódicos con seudónimos o nombres propios, hay una afinidad fundamental. Es la inercia, entendida como la conservación conformista de un estado actual, o el retorno a una condición previa, a un origen mítico e ideal, a un sistema político y económico que ya fracasó aquí y en otros lados, o simplemente a un gobierno anterior. Parece contradictorio que la burguesía estática y los revolucionarios militantes sean igualmente conservadores, detrás de las apariencias. Pero ambos fenómenos padecen de lo mismo: la dependencia de las soluciones que vengan del Gran Otro al que remiten sus quejas victimizadas o sus exigencias furiosas, o del que algo esperan en silencio. El Gran Otro del gobierno, de los poderes del Estado, de los grandes ausentes, de los pequeños presentes, de los “tumbapuertas” congresistas, de los agitadores importados, de las grandes potencias occidentales u orientales… en definitiva, del Deus ex machina providencial y salvador.

Estas dos posiciones aparentemente antagónicas, la mayoría inerte y el “trolerío” igualmente conservador, siempre serán refractarias a los cuestionamientos y sordas a los argumentos que las interroguen. Ello hace la aparente imposibilidad de este oficio, y eso lo sabía muy bien Alfredo Pinoargote, un hombre ajeno a las ilusiones, que no son lo mismo que su deseo sostenido y consistente. Por ello mantuvo su palabra y su discurso durante décadas, para aquellos que querían salir de su cápsula de comodidad y obligarse a pensar y actuar sobre los problemas de nuestra realidad social y política. Para aquellos que nunca serán muchos, que ya no esperan soluciones providenciales ni promesas mesiánicas, en este pasto abonado para los populismos pasados y los que vendrán. Podíamos estar de acuerdo o discrepar con él, pero jamás pusimos en duda su honestidad intelectual, su inteligencia, su clase y el valor de su palabra. Alfredo hizo escuela en este oficio, para quien quiera aprender. (O)