Aún nos hace falta la perspectiva que trae el paso del tiempo para asimilar lo que esta pandemia mundial está produciendo en nosotros como personas y como sociedades. Pero ya es claro lo que muchos afirman: que nada será lo mismo que era antes. Este corte radical –como un hachazo– genera nuevas ansiedades porque desconocemos si estamos preparados o no para este presente distinto que nos tocará afrontar inmediatamente. Por eso requerimos de la participación de los otros y la sensibilidad de esos escritores que se plantean interrogantes que van más allá incluso de lo que hemos validado como evidencia científica.

Alessandro Baricco, el autor que en 1996 sorprendió con su novela Seda, propone que entenderemos mejor los alcances de la pandemia si empezamos a verla también como una criatura mítica: “Mucho más compleja que una simple emergencia sanitaria, representa una construcción colectiva en la que diversos saberes e ignorancias han empujado en una misma dirección”. El trastrocamiento extremo del curso de la vida que estamos experimentando tiene un asidero, sobre todo, en aquello que desconocemos más que en lo ya sabido. Nunca, como comunidad planetaria, nos hemos sentido tan desconcertados como ahora.

El nivel de azoro y miedo ante lo desconocido les ha hecho recordar a algunas personas mayores la cruel experiencia de la guerra, que puede ser vista como “un contagio de mentes antes que de cuerpos”. Proponer un parámetro mítico para comprender la pandemia no es para colocarla en el lado de una fábula, sino para hacernos la pregunta de cuánto de esta pandemia fue diseñada por nosotros mismos. En Lo que estábamos buscando. 33 fragmentos (Barcelona, Anagrama, 2021), Baricco sostiene que los mitos se reproducen en la desproporción y que se ha desnudado de manera dramática la insultante pobreza y la inminente muerte en que habita una gran parte de la humanidad.

Chimamanda Ngozi Adichie es una de las grandes novelistas de la actualidad, y su más reciente reflexión tiene que ver, justamente, con una de las formas más crueles con la que este monstruo mítico se ha instalado: la muerte de un ser querido; en su caso, la muerte de su padre, ocurrida de manera repentina, pues ella, por la mañana, hablaba y reía con él, y, por la noche, se enteraba de que aquel ha muerto, lo cual torna incomprensible el destino natural de todos. En Sobre el duelo (Bogotá, Random House, 2021), Chimamanda desmenuza, en medio del llanto, las desapariciones familiares que nos devastan.

El dolor ante la muerte de una persona cercana, en condiciones trágicas que uno no puede controlar, exaspera tanto que se vuelve como una dolencia del alma y del cuerpo. La parálisis ante lo inaudito y lo incomprensible condiciona la biología del deudo: “¿Es esto el shock, que el aire se convierte en pegamento?”, se pregunta la escritora ante la pena que se disfraza como dificultad de respirar. “No sabía que llorásemos con los músculos”, atina a decir para tratar de darle un lenguaje a la inmensa tristeza que la consume. Los escritores van dejando relatos que nos acercan a esta bestia mítica que produce un dolor –corporal y espiritual– insoportable. (O)