Un contemporáneo de Maquiavelo, el cardenal Carlo Raffa, dijo: “El pueblo quiere ser engañado; que lo sea”. Desde el siglo XVI la política moderna ha buscado las mejores artimañas para encandilar a las masas. Y una de las armas de ciertos políticos es justamente la fabricación de mentiras o de verdades a medias. Esto es lo que Andrés Arauz principalmente está haciendo en su recorrido electoral: por ejemplo, ofrece a la ligera vacunar inmediatamente a millones de ecuatorianos contra el COVID-19, pero no dice el cómo frente a la escasez de vacunas en el mundo, por lo que su ofrecimiento se vuelve una patraña.

Lo mismo ocurrió con su promesa de entregar, en caso de llegar al poder, mil dólares a un millón de ciudadanos, sin reparar en los problemas de liquidez en las arcas fiscales y en la imposibilidad legal de disponer dinero de la reserva monetaria del país. No cabe duda de que hacer una oferta conociendo de antemano que no será posible realizarla plenamente tiene el propósito de engatusar para obtener un rédito político y, quién sabe, posteriores beneficios económicos para un sector determinado. Arauz no diferencia, en su discurso, los límites entre la realidad y la ficción, lo que genera una lamentable entronización de las patrañas.

La verdad se basa en la palabra; por eso en esta campaña electoral también vemos el deterioro de la palabra, la verdad y, por tanto, la democracia. Así lo advierte Darío Villanueva en su más reciente libro Morderse la lengua: corrección política y posverdad (Madrid, Espasa, 2021): “En esa lucha por el poder, en la que no se cuenta la verdad de las cosas, tampoco se respeta la verdad de las palabras”. Efectivamente, sin rubor alguno, Arauz hace acusaciones falsas sin hacerse cargo de ellas: ¿lo recuerdan insistiendo en que el candidato vicepresidencial Borrero dolosamente se había vacunado, lo que no resultó ser cierto?

Arauz y su equipo fabrican bulos y expresan cualquier banalidad sin interesarles si lo que afirman está sostenido en la verdad o no. De ahí que haga ofrecimientos populistas que son incumplibles, que no son realizables, y que finalmente se revelarán como mentiras lanzadas en aras de atraer el voto de una masa ignorante. A Arauz no le interesa la verdad. Arauz exhibe documentos falsos –que nadie puede examinar– frente a las cámaras para dizque ‘probar’ su no responsabilidad al haber firmado un contrato que se sabía tenía sobreprecio cuando él fue ministro de Cultura. Cuánto se parece Arauz a Trump.

La democracia es un sistema en el que la ciudadanía puede oponerse, dentro de la ley, a quien gobierna. Pero esa libertad ciudadana está en riesgo, pues la trinidad Correa/Arauz/Rabascall ha anunciado su plan de vengarse de quienes hicieron justicia ante las evidentes ilegalidades del correísmo, implicado en actos de corrupción, asesinatos, secuestros, sobornos, sobreprecios, represión física, persecuciones, abuso de poder... Para tapiñar el horror de lo que es el correísmo, Arauz distorsiona sistemáticamente la realidad y corrompe la verdad. Y, aunque quien engaña hallará a quien quiera ser engañado, también sabemos que no siempre tienen éxito las patrañas. (O)