“Y aunque el orgullo me aconseja no buscarte más, tengo el valor de repetir con ansiedad: Si acaso te ofendí, perdón. Si en algo te engañé, perdón. Si no te comprendí, perdón. Perdóname, mi vida” (José Ignacio Zorrilla y Gabriel Ruiz).

Un clima transitorio de alivio y reconciliación recorre el Ecuador desde la noche del 11 de abril. El discurso de Guillermo Lasso, el nuevo presidente de la República, transmite el espíritu laborioso y tolerante que lo anima contagiando a los propios y a algunos contrarios… por unos días. Para reflotar este país, que hace agua por doquier, necesitamos unión, mucho trabajo y sacrificios en la medida de lo que cada quien puede dar. Y los que nada tienen recibirán por supuesto, pero aprenderán a posicionarse de otra manera frente a su falta. Porque se acabó el tiempo, o así lo espero, de la promoción de la mendicidad como política de Estado. Dar y/o recibir, en la medida de la realidad de cada uno, pero asumiendo responsabilidad por ello.

Aparentemente, el clima contagió a Andrés Arauz. “Un solo Ecuador”, fue la consigna inicial del candidato no-derrotado en su alocución de reconocimiento del resultado, felicitación al ganador, y agradecimiento a sus colaboradores. Un discurso ponderado, ratificando la ideología de su movimiento, llamando a la unidad nacional, declinando rencores y venganzas, y pidiendo que cesen las persecuciones en contra de los dirigentes de su partido. Sin duda, el mejor discurso de su campaña, porque nunca es tarde para aprender. De alguna manera, le concedo que él no ha sufrido una “derrota política o moral”. En algunos sentidos, él podría ser un ganador, si esta experiencia le enseña a ser más serio y consecuente con su propia palabra.

El verdadero perdedor es quien eligió a Andrés para representarlo. Contrariamente a lo que muchos anticiparon (que alegaría “fraude” y convocaría a movilizaciones), un Rafael Correa inédito reconoció los resultados, felicitó al presidente electo y además pidió un gesto de humanidad al nuevo presidente para que detenga el lawfare que afecta a tantas personas y a sus familias. Resulta tentador imaginarlo arrepentido en estas declaraciones, cuando hace dos meses asustó a medio país con su anuncio de odio y retaliaciones. Pero él sabe mejor que nadie de lo que está hablando, en la medida que su poder se sostuvo –parcialmente– en la persecución de la que ahora se queja ¿será que él puede cambiar? ¿Quizás una derrota histórica enseña más que tres victorias consecutivas? ¿Quién sabe?

No es el mejor momento para el exitismo autocomplaciente, onanista y vindicativo que ya sabemos. Es la ocasión para saber de qué estamos hechos los ecuatorianos. Para verificar si la llamada Asamblea nacional sirve para algo mejor que anidar la corrupción y sabotear al presidente del Ecuador. Para desarrollarnos como sujetos políticos, apoyando las iniciativas presidenciales cuando lo merezcan y cuestionándolo cuando yerre, porque a veces ocurrirá. Para deponer el insulto como la red social entre los diferentes. Para emprender y producir. Porque de todos, y no solo de Guillermo Lasso, depende que su elección genere un cambio. (O)