Hace varios años una persona me contó que siempre que viajaba buscaba cascadas. A cualquier lugar nuevo que iba, visitaba cascadas y se metía a nadar bajo ellas: una verdadera cazadora de cascadas. Me pareció una forma curiosa de hacer turismo, pero reflexionando sobre esta idea comprendo mejor la razón detrás.

Las cascadas se asocian con la magia de la naturaleza. Cuando pensamos en un bosque o en algún paisaje de ensueño, imaginar una gran cascada y el sonido que produce se nos da de forma natural. Una cascada, o catarata, es una caída o salto de agua que se da cuando existen desniveles o erosiones en la roca a causa del fluir del agua. También se dan por los llamados ‘accidentes geográficos’ que vienen a ser de los accidentes más espectaculares del mundo. Entre las cascadas más reconocidas y majestuosas están Salto del Ángel (Venezuela), Niágara (Estados Unidos y Canadá), Iguazú (Argentina y Brasil) y Victoria (Zimbabue y Zambia).

En Ecuador existen cascadas en las cuatro regiones, dándonos la oportunidad de ver paisajes muy diversos. Cada una tiene su historia ancestral y significado sagrado detrás. Imagínense en una caminata por un bosque o selva, a lo lejos, el sonido de un río que corre, y de pronto, llegan a un claro donde se encuentran una laguna de agua cristalina y una cascada que la alimenta. Un arcoíris se forma en la caída del agua cuando la luz del sol incide sobre gotas que salpica. Chapuletes y mariposas aletean por todas partes, indicando la presencia de un cuerpo de agua saludable. Si nos metiésemos a nadar en este lugar mágico, de seguro lo dejaríamos siendo otras personas completamente diferentes a las que llegaron por primera vez ahí. Y es que existe un cierto renacer y purificarse relacionados con las cascadas.

Si observamos el comportamiento del agua y sus propiedades podemos tener una mejor idea del porqué este elemento evoca ciertas sensaciones en nosotros. El agua fluye, corre, de cierto modo es libre y no puede ser contenida. Donde exista la mínima grieta o agujero, por ahí logrará escapar. Decía el gran filósofo griego Heráclito, que no es posible bañarse en el mismo río dos veces: ni el agua, ni el hombre son los mismos. El agua es siempre cambiante, y curiosamente es el único elemento que se encuentra en la naturaleza en los tres estados de la materia: líquido, sólido y gaseoso. Además, en nuestro planeta el agua ocupa más de 70 % de la superficie, lo cual hace referencia a la frase ‘el agua es vida’. Y si analizamos el comportamiento de las aguas de nuestro planeta, a través de los años ellas han dado origen a ecosistemas enteros, y la vida en ellos, pero también han destruido de manera caótica otros.

¿Qué sentimos cuando nos paramos bajo una cascada y el agua cae enérgicamente sobre nosotros? Cada uno puede reflexionar sobre esto. Lo que sí es seguro es la sensación de limpieza y purificación que nos queda al salir del agua. Las personas buscamos siempre ese renacer, reinventarnos, e incluso purificarnos. Observemos los elementos básicos de nuestro planeta, tal vez si nos sentimos ‘estancados’ en algún momento, las cascadas nos puedan ayudar a recordar cómo volver a fluir. (O)