La campaña de las elecciones seccionales es un laboratorio que revela la limitada capacidad intelectual de nuestros políticos, pues las ‘ofertas’ que se oyen para convencernos de votar por ellos son realmente elementales –más alcantarillado, más aceras, mejores caminos, control de precios–, como si la política fuera solamente una cuestión de hacer obras y no un espacio para crear condiciones culturales que forme una ciudadanía pensante. Lo que resulta increíble es que haya políticos que sigan poniendo a Rafael Correa como ejemplo de sus ideales, pues aquel representa el fracaso de un modelo político autoritario.

La política tercermundista también es el arte del engaño, y la literatura y las artes se preocupan por contrarrestar las supuestas verdades que tratan de ser impuestas, en algunos casos, apelando a utopías que han fracasado estrepitosamente, pero que tienen el relumbrón de lo revolucionario. A finales del año pasado, el escritor cubano Leonardo Padura publicó la novela Personas decentes, en la que vuelve a aparecer, ya con más de sesenta años, el personaje detective Mario Conde. Esta narración es una desmentida lapidaria de lo que fue y es el socialismo cubano que, para muchos, aún es emblema de cómo hacer política.

¿Será posible que nuestras sociedades, con nuestros políticos, estén hechas con personas decentes?

En la novela es el año 2016 y La Habana se apresta a recibir a los Rolling Stones, lo que para Conde es un agravio, pues él había sufrido, en su juventud, una feroz persecución, entre otras cosas, precisamente por escuchar esa música de rock que era considerada un modo de penetración ideológica del imperialismo y el capitalismo. El personaje Conde realiza una sustantiva reflexión sobre la existencia de varias generaciones de jóvenes cubanos que se preguntaron por la posibilidad de haber vivido una vida diferente, pues lo único que tienen son sueños incumplidos de promesas exaltadas por las consignas dizque heroicas de la ideología.

“Hay que ver a dónde ha ido a parar la utopía”, interroga la novela, pues los cubanos fueron sacrificados por la dirigencia del Partido Comunista al haber creado un Estado de represión y censura que arruinó sus mejores años. El socialismo castrista no escapó de la corrupción ni del abuso de poder; al contrario, la Cuba de hoy padece de racismo, machismo, pobreza rayana en la miseria, desesperanza, deterioro: “un simple café expreso costaba más de lo que ganaba un médico en un día”, dice un personaje. Las llamadas limpiezas ideológicas dañaron a la cultura del país y por eso en la novela se dibuja un país sin centro.

Así, el socialismo es una utopía impracticable y es ya una experiencia histórica que muestra que no ha podido funcionar en ninguna parte del mundo: “Medio siglo después, miren qué cosas, en la isla se hablaba aún de los desastres nacionales de la economía, la planificación, la organización, y todavía la agricultura insular no había logrado que volviera a haber suficientes boniatos, aguacates, platanitos y guayabas en los mercados cubanos”. En la novela los dirigentes se reparten lo bueno y exigen tremendos sacrificios a la gente. ¿Será posible que nuestras sociedades, con nuestros políticos, estén hechas con personas decentes? (O)