Dentro del desequilibrado reparto de ingresos de la comercialización del banano se destaca la tajada que reciben las empresas navieras que transportan la fruta en contenedores refrigerados o al granel, que han logrado acrecentar sus beneficios en correspondencia con el alto costo de las tarifas, no solo por la movilización de productos agrícolas perecederos, sino por todo tipo de mercancía que utilizan esos servicios. El alza indetenible del valor de los fletes se agudizó durante la pandemia y se extremó por el congestionamiento de terminales con demoras y procesos de desalojo lentos y tardíos.

Reportes especializados señalan que la más grande empresa, Maersk, registró en el tercer periodo del año la mayor rentabilidad alcanzada en sus 117 años de existencia, con rendimientos de 5.900 millones de dólares, es decir, 1.500 millones arriba que todas las exportaciones de musáceas ecuatorianas, con ingresos de 16.600 millones, acercándose al monto de todas las transacciones planetarias para ese tipo de bienes, continuando las subidas de porteo por sobre el

500 % en rutas de fluido tránsito como de Estados Unidos a Asia y de esta a Europa y América Latina, empeorado por aumento de demanda y escasez de oferta, agravada por bajas cosechas ocasionadas por desórdenes de temperatura atribuidos al cambio climático.

Cuatro empresas dominan el mercado, con Maersk a la cabeza (17 %), seguida por MSC (16,8 %), CMA (12,4 %) y Cosco (11,8 %), proyectándose que las ganancias de todas ascenderían a la astronómica cifra de 150.000 millones de dólares al final del 2021, en algunos países controlan además las operaciones de puertos, cargas, descargas y otras acciones vinculadas con esa industria, aspectos que no favorecen la libre competencia, estimulando la concentración y oligopolio, siendo tanto el impacto que se busca recurrir a la vía aérea.

Las reacciones contrarias a este escenario se expresan en reclamos de operadores, como el planteado ante la Comisión Marítima Federal de Estados Unidos contra las compañías Cosco y MSC, denunciando prácticas desleales como el irrespeto de contratos bilaterales para impulsar negociaciones spot en estos momentos mucho más onerosas, perjudicando a proveedores y consumidores, obligados a absorber las exageraciones tarifarias que promueven ascensos inflacionarios, que finalmente impactarán a toda la población.

La lucha de los agricultores y sus naciones ha resultado estéril por lograr compartir algo de tan abultados beneficios, transfiriendo parte de ellos al mejoramiento de los precios de las cosechas o aportando a la investigación que conduzca al control de la mortal enfermedad bananera conocida como mal de Panamá, raza tropical 4, presente en varios países, que pondría en peligro la sustentabilidad de tan rentable negocio por carencia de producción.

Han sido inútiles los esfuerzos de activistas que bregan por una redistribución justa de la riqueza que genera la agricultura, otorgando parte de ella a los campesinos, entre ellos las manifestaciones claras y terminantes del papa Francisco exhortando a descartar la “economía de exclusión” que palpita en el corazón de los poderosos. (O)