Una de las interpretaciones simplistas del resultado de las últimas elecciones es que casi un 70 % de los electores rechazaron al correísmo. Una más certera es que ganó abrumadoramente el populismo. Realmente no sabemos todavía qué porcentaje se decidiera en contra del correísmo si la alternativa que se le presentara en la segunda vuelta fuese el candidato Guillermo Lasso.

La preferencia revelada en la primera vuelta nos da una pista. ¿Eligieron mayormente a candidatos con una plataforma que se acerca más a la del candidato correísta o con una que se asemeja más a la del candidato de CREO? Veamos: casi un 70 % eligió una opción populista, más o menos radical (desde el candidato de Correa, pasando por Pachakutik hasta llegar a la Izquierda Democrática y otros pequeños partidos también populistas).

Desde hace al menos dos décadas los ecuatorianos desconfían profundamente de los políticos y las instituciones que sirven como base de la democracia liberal (los partidos políticos, un congreso y justicia independientes, es decir, la división de poderes). De manera suicida pretenden corregir el problema de los políticos dándoles aún mayor poder. Así llegamos al fenómeno del populismo autoritario de Correa.

El modelo de hacer política del exmandatario fue tan exitoso para mantener el poder que resulta que ahora es el presidente que más tiempo ha durado en el sillón de Carondelet sin interrupción durante nuestra historia republicana (2007-2017). No debería sorprender que tenga ahora múltiples aprendices y adeptos. No es que Pérez o Hervas sean autoritarios como el exmandatario. Para nada. Más bien, podría ser que su éxito se deba a que se presentaron con una agenda más o menos populista que promete no caer en los excesos autoritarios de Correa.

El modelo consiste en presentar a un líder relativamente desconocido como el salvador que nos viene a rescatar de los malos de siempre –los otros políticos y las élites–. Llega al poder mediante las urnas y se asegura de mantenerse concediendo privilegios o favores (con el dinero de otros) a una lista cada vez mayor de grupos. Llevamos años tratando de implementar una democracia participativa que en la práctica ha terminado obedeciendo a grupos de interés y a quienes se imponen por la fuerza en las calles. Cualquiera que pretenda modificar la estructura estatal heredada del correísmo la tiene cuesta arriba. Se le abrirán frentes y surgirán enemigos por todos lados, siendo probable que no lo dejen gobernar y pretendan derrocarlo.

Este sería un fenómeno parecido al peronismo en Argentina, donde casi todos son peronistas; los hay de derecha e izquierda, jóvenes y viejos, y donde solo un presidente no peronista en 90 años ha logrado culminar su periodo de gobierno (Macri).

Hasta ahora todo indica que los electores tendrán que elegir entre dos opciones radicalmente distintas: el retorno del correísmo o un candidato que propone ejercer el poder respetando el Estado de derecho e introducir reformas que conduzcan a un crecimiento económico a largo plazo. ¿Qué primará? Si bien es cierto que un 70 % no optó por Correa, también lo es que un 80 % no lo hizo por Lasso. ¿Querrán nuevamente darles más poder a los políticos u optarán esta vez por una búsqueda de mayores libertades individuales? (O)