En estos tiempos de derribamiento de estatuas en el mundo de personajes históricos esclavistas, exterminadores de hombres, mujeres y niños y despojadores de riquezas ancestrales. En nuestro país y nuestra ciudad de conservación de monumentos y nombres de calles dedicados a personas semejantes, algunos exgobernantes violadores de derechos humanos. Tiempos también de intentos de desplomar estatuas de soñadores y luchadores sociales asesinados y calumniados al igual que a los vivos. En estos tiempos, vale erigir monumentos a quienes lo merecen, para perpetuar su memoria.

Así, exponentes de la cultura en Guayaquil han propuesto al cabildo de la ciudad que erija un busto en homenaje a Yela Loffredo Rodríguez, “la madre de las artistas” como se le llamaba, y lleve su nombre el museo municipal que acertadamente dirigió y donde congregó a todas las manifestaciones artísticas.

Yela tenía sangre ecuatoriana e italiana, siendo apenas una niña y después adolescente, perdió a sus progenitores. Frisaba los cuatro años cuando tocó la mezcla de papel y engrudo que sus hermanos usaban para hacer las caretas de los muñecos de año viejo. Fue el bautizo de unas manos destinadas a hacer prodigios. Tuvo el placer de Miguel Ángel, de Rodin, de esculpir la vida que palpitó para que siga palpitando, para que otros mortales admiremos lo que las manos son capaces de construir y les falte sólo hablar, como dicen que el autor del Moisés incitó a su obra luego de terminarla, pegándole con el martillo en la rodilla. Yela creía que los brazos restaban belleza a lo corporal y por ello sus esculturas antropomorfas carecían de ellos. La Venus de Milo ya lo enseñaba. Nuestra primera escultora rendía culto al amor y a la mujer, ahí están Los amantes de Sumpa, la Venus de Valdivia. A la libertad y bravura que representa su Caballo Brioso, que con su crin al aire está listo para lanzarse al estero Salado. El bronce, la piedra, la marmolina, la resina, el cobre y el aluminio esperaban por ella.

Yela se casó con Paul Klein, maestro de ajedrez, quien movió su alfil para conquistarla. Vivió en el barrio Las peñas, al pie del río Guayas que respiró a diario y amó intensamente. Ahí gestó la Asociación Cultural Las Peñas, que anualmente, desde hace más de medio siglo expone cuadros y esculturas de autores nacionales y extranjeros en la calle Numa Pompilio Llona, poeta y filósofo ecuatoriano. Autores jóvenes recibieron el apoyo de nuestra creadora de arte. Trabajó por la preservación del barrio patrimonial de las románticas calles empedradas, donde vio la luz Guayaquil y que aún mantiene sus cañones para defender a la ciudad de los piratas de las minorías excluyentes.

Con su aliento fue por 32 años directora cultural de la Espol, donde los lunes ofrecía programas de interés de la cultura. Fue arqueóloga, gustó de la música y la pintura. Su casa era un jardín de cuadros y esculturas. Recibió premios como el Nacional de Cultura Eugenio Espejo. Expuso sus obras en Cuba, Argentina, México. Por invitación de la ONU mostró en París sus obras con otros autores.

El año 2020 exhaló su último suspiro, a los 95 años. Su descendencia sigue su camino luminoso del arte. Es justo que se honre la obra de su vida y que otras manos levanten lo que ella levantaba. (O)