Solo cuando se hayan absuelto todas las inconsistencias e irregularidades suscitadas en las elecciones del domingo 7 (¡qué fecha escogieron!) podrá decirse de manera definitiva cuáles de los candidatos pasan a la segunda vuelta. El marco general está establecido: será un enfrentamiento del representante de los grupos que medraron y abusaron del poder durante la dictadura de 2007-2017, en la bien llamada “década perdida”, contra quien aglutine a las colectividades de indígenas, empresarios, empleados, agricultores, profesionales y otros que estuvieron excluidos, cuando no perseguidos, en ese período nefasto. Lo que falta por ver es si entre los participantes que no llegaron y el que sí llegó hay la voluntad para deponer diferencias y limar asperezas, con miras a construir un sólido frente de defensa de la República que detenga el intento de reinstalar la dictadura.

No se trata de dar carta blanca al candidato que permanece en la liza, todo lo contrario: este, en un ejercicio de humildad republicana, debe acercarse a los contendientes descartados y a todas las entidades con gravitación política para recabar sus aspiraciones y condiciones. Estas deben situarse en el plano de lo razonable, de lo exigible, con una ponderación que debe empezar a manifestarse en el conteo definitivo de votos. No se puede exigir recontar todos y cada uno de los sufragios, sino que se ha de buscar un método rápido que permita establecer con aceptable grado de certeza quién es en realidad el que llegó en segundo lugar. Prolongar demasiado el recuento en un plazo exagerado es una manera sutil e insidiosa de favorecer al otro aspirante, que obtendrá una fuerte ventaja al adelantarse con varias semanas de campaña. En todo caso, si se logra componer un Gobierno surgido de tal pacto, emergerá con gran fuerza política, porque surgirá con un proyecto a realizar en función de los compromisos aceptados. Ya no un programita más o menos generalista, ni una declaración de buenas intenciones, que eso suelen ser los planes de gobierno que emiten los candidatos. Esto tendrá la fuerza de la palabra expresa, públicamente sostenida.

Por mor de, por amor a, el título de este artículo usa una expresión poco usada, en afán de llamar la atención sobre esta situación justamente inusitada en la historia ecuatoriana. Quizá solamente la podamos comparar a la alianza entre liberales, conservadores, radicales y progresistas, establecida para derrocar y expulsar definitivamente al corrupto tirano Veintemilla, en el año de 1863. Entonces el general Sarasti le escribió a Eloy Alfaro: “Usted y yo no tenemos más programa que la salvación de la República y para esto debemos unir nuestros esfuerzos materiales, intelectuales y morales”. Situaciones así exigen grandeza de alma. Exigen algo sobre lo que he venido trabajando en esta columna, con más buena voluntad que sapiencia: el perdón. Es esa acción noble por la cual renunciamos a la venganza, gratuitamente, “por don”. En política son inevitables los choques y roces, es una actividad fatalmente ruda, con valor pasemos por alto las lastimaduras ya causadas y vamos adelante por el ideal que todos compartimos: la República. (O)