Como ha afirmado Tomás Ciuffardi en Twitter, los periodistas –como él– no deben ser noticia, por lo que cabe preguntarse hasta qué punto Luis Eduardo Vivanco y Andersson Boscán han buscado serla hasta convertirse en una. Y, más importante, cuestionar por qué utilizan la misma mecánica para volver crack a una persona sin consecuencia y al día siguiente tener que retroceder sobre sus pasos con la misma celeridad con la que salieron del aire tras su fugaz debut.

En mi experiencia, una vez que alguien ha cruzado ciertas líneas éticas, no reconoce dónde están los límites entre la transgresión de normas que buscan privilegiar a unos sobre otros —y por eso deben ser desobedecidas— y la simple inmadurez e irresponsabilidad. Cabe entonces problematizar y continuar discutiendo respecto del rol de la opinión en un país donde todavía se llama a judicializarla en lugar de protegerla, y donde no siempre está clara, de parte y parte, la responsabilidad social que conlleva influir en los espacios del debate público.

Sorprende que, en medio de la controversia que supone inaugurar un programa de televisión equiparando tácitamente al campesino con una serie de epítetos negativos, nadie se cuestiona por qué no hay presentadores indígenas en los noticieros nacionales. Lamentablemente, el único ejemplo que tenemos de inclusión étnica, correspondiente a la época inicial del canal del Estado, estuvo acompañado de tal carga ideológica que no le permitía rendir cuentas a los habitantes de este país, a quienes se debía.

Según entiendo, Rafael Cuesta, gerente de TC Televisión, aludió a un código de ética para resolver puntualmente el futuro de La Posta XXX en el canal, pero sería más interesante conocer cómo fue seleccionado el programa en primer lugar. Y, todavía mejor, qué van a hacer con la tónica de sangre y muerte de sus noticieros, y de farándula de otros de sus programas. Finalmente, el broche de oro resultaría que anuncien una política de inclusión, con todo el soporte necesario para que se implemente de manera efectiva.

Cuesta había afirmado que manejaría la empresa como privada y no como un bien público, al referirse a una posible injerencia del Estado. Pero la realidad es que un canal de televisión utiliza ondas que nos pertenecen a todos, y la libertad de expresión existe y se protege en los términos en que se permite el uso de esas ondas. Por eso, “cambia el canal si no te gusta” como respuesta a las quejas del público no es un comentario cabal. Lo que se debe hacer es mejorar, y esto no se consigue solo con reglas escritas.

Exponer acciones que redundan en perjuicio de otros, un leitmotiv del periodismo alrededor del mundo, debe contar con nuestro más amplio apoyo. Parece que así lo interpretaron también Vivanco y Boscán al acoger las críticas que recibieron. Pero así como el público identificó quiénes eran las víctimas en esta ocasión, y aplauden los reportajes de investigación cuando se sienten representados, todos debemos defender la búsqueda de la verdad aun cuando esta no sea de nuestro agrado. Precisamente, tener mayor diversidad periodística puede contribuir a este efecto. (O)