8 de noviembre, miércoles, del año 1961, día pico en una crisis política de dimensiones. Más de un año atrás, el 5 de junio de 1960, José María Velasco Ibarra arrasó en las elecciones presidenciales con un porcentaje hasta entonces inédito del 48 por ciento. El principal derrotado fue el expresidente Galo Plaza Lasso, dirigente dialogante y constructivo, cuyas realizaciones fueron apreciadas a nivel mundial, pero no en el Ecuador revuelto de esos años. Se prefirió la facundia populista del vencedor, en esta ocasión formó binomio con un joven guayaquileño, de porte imponente y hablar ilustrado, Carlos Julio Arosemena Monroy. Las relaciones entre los dos no eran buenas. Según narró mucho después Velasco Ibarra, él temía a su compañero de formula por impredecible y arrogante, a regañadientes le había aceptado la candidatura a vicepresidente. Hubo frecuentes choques entre los dos mandatarios. El vicepresidente entonces era presidente de la Cámara del Senado, posición desde la que obstaculizó la gestión del Ejecutivo.

A Velasco Ibarra le ponían nervioso las veleidades izquierdistas de su segundo, a pesar de provenir de una apreciada familia de banqueros. Se declaraba admirador de la Revolución cubana y aceptó una invitación para visitar la Unión Soviética. Hay que tomar en cuenta el marco internacional, eran los tiempos más calientes de la Guerra Fría entre Occidente y el mundo comunista. En el último trimestre de 1961 la situación económica y financiera del Ecuador era inmanejable. Noviembre se inició con manifestaciones populares, al ser reprimidas se produjo la muerte de un estudiante. Esto desató más protestas que elevaron el número de víctimas fatales a ocho. Acorralado, el presidente se declaró dictador, se “precipitó sobre las bayonetas”, como él solía decir. No fue la primera, era la tercera ocasión en que rompía la Constitución y en 1970 lo haría una vez más.

Las Fuerzas Armadas no apoyaron este golpe de Estado y propusieron que el presidente de la Corte Suprema, doctor Camilo Gallegos Toledo, asumiera la jefatura de Estado, pero la Fuerza Aérea y otros sectores de militares no apoyaron esta salida. Aquí inserto mi recuerdo personal de niño afuereño. Tengo memoria de una vaga inquietud por las “bullas”, que habían forzado a la suspensión de clases; fanático de la aviación recuerdo el vuelo de los Gloster Meteor; y la posterior narración de mis primos mayores, que habían visto el paso rasante de las aeronaves de guerra para amedrentar a los golpistas. Esta presión condujo a que Gallegos Toledo abandonara el Palacio de Carondelet tras una estadía de catorce horas y se diera paso a una solución “constitucional”, por la cual el vicepresidente Carlos Julio Arosemena pasó a ser presidente de la república. Allí no terminarían el derrumbe institucional ni la crisis moral del Ecuador, los años sesenta y setenta fueron tiempos convulsionados, dos décadas en las que tuvimos nada menos que diez gobiernos. Hay en este episodio situaciones que ya no se dan en el país, pero hay parecidos con circunstancias recientes. Lecciones que deja la historia, que un pueblo empecinado en no aprender ignora reiteradamente. (O)