El miércoles 4 de enero en una casa ubicada en el barrio Ciudad de Dios varios hombres ejecutaron a una familia, tres personas murieron. Se salvaron una mamá embarazada y un niño, ambos heridos. Se llevaron en una moto con las manos atadas a un adolescente de 16 años, que ejecutaron con fusiles, dejándolo desfigurado tirado en una vereda con una nota que anunciaba el inicio de una guerra de bandas. Los sicarios también eran jóvenes.

En medio de todas las noticias impactantes de una violencia cada vez más cruel y aberrante esta particularmente, me ha tenido sin dormir. Me parece ver a ese joven, sin nombre en las noticias, vivir el summum del horror mientras es testigo de la muerte de sus padres y espera la suya viajando en una moto. Cuando después oigo a una asambleísta que se caracteriza por poner a Dios como respaldo de su pedido de mano dura en defensa de la vida, pedir aumento de penas a los jóvenes, porque si se comportan como asesinos como tal hay que juzgarlos, su discurso me asombra, me interpela y me incomoda. Es tan fácil condenar sin cuestionarnos. Asegura adhesiones fáciles, que no cambiarán el problema, pero sumarán votos.

La pregunta bíblica: ¿qué has hecho de tu hermano? sigue siendo actual compartamos o no la fe religiosa.

Es tan fácil condenar sin cuestionarnos. Asegura adhesiones fáciles, que no cambiarán el problema...

Si un niño nace y crece entre la basura, como sucede con 354.000 de ellos que viven en la mendicidad de los cuales solo el 4 % recibe una ayuda o protección del Estado, si no conocen la ternura, los cuidados, una cama donde dormir, una comida que no solo alimente el cuerpo sino las relaciones, si la violencia tiene carta de ciudadanía en su realidad, es su compañera y su monstruo, si el ascenso social se da o no se da, según el barrio en que se vive, el trabajo que se realiza y el color de la piel; si todo adelanto en el barrio, en el trabajo, tiene un precio que hay que pagar al dirigente o al vacunador de turno, pasar a pensar, creer y actuar como si toda vida humana tuviera un precio que se cobra cuando se la quita, por pedidos de otros que tienen dinero, vehículos, casas y prestigio en su medio, es un salto casi imperceptible que dan muchos adolescentes. Porque quieren ser como ellos.

“Hay jóvenes de 15, 16 y 17 años reclutados por las bandas para ser sicarios, como son inimputables a los meses ya salen en libertad”, dice comandante de la Zona 8, Víctor Zárate

Si además se puede entrar y salir de la cárcel según la inversión que los grupos hacen para que muchos jueces y fiscales den un fallo a favor, entonces hay que seguir esa escuela para poder ser alguien. Pasar a ser un profesional de la muerte puede convertirse en una elección, no solo una fatalidad. Conocí un sicario que realizaba su ‘trabajo’ estudiando todas las posibilidades y luego dedicaba semanas o meses a la meditación. Llegó a viajar a la India para aprender a concentrarse.

En el 2022, ciento cuarenta y seis jóvenes entre 15 y 19 años han perdido la vida en atentados violentos, y no tengo una cifra real de cuántos han participado en sicariatos. Cada vez comienzan más jóvenes, se los comienza a formar desde los 10 años.

Hay mucho trabajo que hacer señores asambleístas, para prevenir e impedir que los jóvenes, los adolescentes, los niños, se conviertan en víctimas o en ejecutores de la violencia. Este mundo lo hemos hecho los adultos, el espejo que tenemos nos condena, pero también nos demanda hacer propuestas efectivas que permitan la justicia y la equidad. (O)