Trece meses le tomó a Rafael Correa darse a conocer en el Ecuador con su mutación de irreverente ministro de Economía de Alfredo Palacio –el sucesor de Lucio Gutiérrez– a candidato presidencial ganador en segunda vuelta. Ocurrió entre agosto de 2005, cuando se fue lanzando la puerta y cuestionando a todo el entorno de Palacio, hasta noviembre de 2006, cuando logró el 56,67 % de los votos, en una remontada histórica a un Álvaro Noboa que había ganado la primera vuelta, y que con ese triunfo parcial impidió que Correa pudiera erigirse en un outsider.

Ese el último registro de escalada política flash que marca la historia electoral reciente del Ecuador, porque, salvo casos como los de Jaime Roldós y León Febres-Cordero, a los demás presidentes les ha tomado dos y hasta tres campañas, con la inversión de muchos recursos económicos, el darse a conocer a un electorado desmemoriado y a la vez impulsivo.

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Todos, desde 1979, cuando se retomó la democracia, han debido exponer una trayectoria política, sea estudiantil, sea gremial o sea de algún cargo público, cuando aspiraron a llegar a Carondelet. Lo que, mezclado con el carisma, el carácter, la bondad que transmitían, o su supuesta erudición, lograron hacer buenos candidatos aunque pésimos gobernantes. El caso de Gutiérrez fue especial porque saltó al estrellato al estar entre los líderes de una caída de gobierno muy similar a la que él mismo iba a sufrir años después, en aquella década en la que hubo cinco gobiernos.

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Todo este preámbulo viene al caso cuando nos preguntamos cómo escogemos tan cerca como en agosto y octubre –si hay dos vueltas– al presidente que tiene que gobernar el último año y medio del actual periodo. ¿Deberá irremediablemente salir de entre los “conocidos” que hayan tenido alguna trayectoria, buena o mala, en la política criolla? ¿Hay tiempo para que un “desconocido” se haga conocer y se convierta en una opción válida y ganadora en un momento de profunda crisis política y de seguridad?

Solo queda esperar que el elector ecuatoriano, en un ataque de cordura, logre escoger bien, pese a la adversidad.

Los optimistas dicen que hay que mirar el pasado para no repetirlo, pero los analistas políticos, en cambio, creemos necesario mirar los antecedentes porque marcan tendencias, señalan rasgos profundos y permiten entender mejor a un electorado que suele ser predecible. Un electorado que rara vez nos sorprende y que cuando parece haberlo hecho, es porque ocurrió un poco usual endoso de votos de algún caudillo. Votos prestados. O porque se ha usado eficientemente la herramienta digital adecuada.

Las elecciones que vienen serán una experiencia inédita para el país. Las inscripciones que empezaron esta semana terminan tan pronto como mañana, y la campaña, por inmediato que empiece, dará muy poco tiempo para conocer y digerir perfiles y propuestas.

Pero lo más preocupante es el resultado que quede de este experimento constitucional que hasta ahora parecería ser eficiente para terminar con las dictaduras de los años 70, o intentos totalitarios como el de ahora expresidente peruano Castillo, que intentó terminar su crisis política eliminando a su contradictor.

Solo queda esperar que el elector ecuatoriano, en un ataque de cordura, logre escoger bien, pese a la adversidad. (O)