¡Sustito el de la semana pasada! No digo por los robos y asaltos en Guayaquil que se conocieron en las redes sociales y en los noticiarios de información. O por los nuevos casos de sicariato y la droga que se ha incautado. O porque en Quito hay conductores tan salvajes, como aquel de esa camioneta, que al ver que dos niños se sujetan del balde maneja en zigzag para que los pequeños caigan en plena avenida Eloy Alfaro, pese a los pitazos que metía la gente para que no haga esa monstruosidad.

Tampoco estoy hablando de las personas que perdieron sus empleos o no lograron conseguir el suficiente dinero para completar la semana con algo de comida en su mesa. Menos de los niños que no van a las escuelas y andan mendigando en las calles con adultos. No vayan a pensar que me refiero al gravísimo problema de niñas y adolescentes embarazadas. ¡Qué va! No tiene nada que ver con la gente que la sigue pasando muy duro, que necesita trabajo, que tiene en su cabeza buscar la forma de salir adelante y que cualquier otra cosa no está en sus urgencias, en su dilema diario.

Estoy hablando de lo que, al parecer, es la preocupación número uno, la máxima, la única, por la que pelean con sus mejores armas los políticos: tener la razón y salirse con la suya. Fue una semana de vergüenza, en la que únicamente quedó en evidencia –mejor dicho, lo demostraron una vez más– de lo que son capaces, de que parte de su libreto es estar en pugna, en competencia, en bronca. Las elecciones no fueron ni hace medio año y ya actúan como lo hacen en campaña: hacer un baratillo de ofertas y comportarse como los bravucones y los valientes del barrio.

Se amenazaron, se insultaron, tensaron la cuerda. De pronto, comenzaron a tratar de mostrarse tranquilos, quizás porque pensaron lo que podían perder. Claro está, ¡lo que pueden perder ellos! ¿Y dónde quedó la gente, sus electores, el pueblo del que tanto hablan?, ¿dónde escondieron los discursos de todos de trabajar para sacar adelante al país?, ¿se les olvidó lo que pasa a diario en calles, avenidas y ciudades del Ecuador?

Dialogar para establecer consensos es una tarea titánica, y es más difícil aún cuando las contrapartes de entrada quieren imponer sus agendas. Es por eso y por lo ocurrido que es difícil ser optimista frente a los posibles resultados (aprobación parcial) que se pueda lograr con los cambios que se anunciaron se introducirán en el proyecto legal en materia económica del Ejecutivo. Hay una Asamblea que comenzó con mora ante los electores y las tres minorías mayoritarias del Legislativo no son de ceder. El Gobierno tampoco ha sido lo suficientemente efectivo para vender su proyecto una vez instalado en Carondelet, pero la democracia tiene sus instituciones y hay que hacerlas funcionar.

No es momento para una crisis política, por lo menos para ese país que cada vez y cuando le dan las espaldas y dejan que sus ciudadanos se las arreglen como puedan. Es una oportunidad para dar un golpe de timón y sacudirnos de esas amarras que han dejado al Ecuador en el estado en el que se encuentra. (O)