Las palabras indio o raza india han sido muy usadas en la Constitución de 1830 y a lo largo de la historia del Ecuador, para aquellos que necesitan ser tutelados por los curas, además de la exclusión de la ciudadanía por no saber leer y escribir. Los ciudadanos eran los burgueses, los criollos, los dueños de las haciendas que daban sus parcelas de tierra al indio, tratándolo a golpes, gritos, insultos, sobrepasando hasta los límites de su cuerpo, ahondándolo en la pobreza, mientras este trabajaba sin reconocimiento en medio de una hambruna y descontento social. Tal parece que este suceso no es de 1830 sino en el actual 2022. La dicotomía de ricos y pobres o superior e inferior prevalece y el racismo lo mantiene. Las sublevaciones históricas del pueblo, con voces y rostros racializados, feminizados, empobrecidos y disidentes, remueven estos polvos racistas tal cual fue evidente en octubre (2019) y junio (2022).

Parece que este suceso no es de 1830. La dicotomía de ricos y pobres o superior e inferior prevalece y el racismo lo mantiene.

La idea de superioridad, el blanqueamiento y sus prejuicios, se perpetúa contra la dignidad humana, refuerza las desigualdades. Se fundamenta en discursos de odio: “salvajes”, del uso del lenguaje discriminador y cotidiano como “ya te salió lo indio, lo cholo”, de una naturalización de la idea de superioridad por edad, sexo, género, clase, territorio y etnia. La gravedad del racismo es mucho más cuando se interceptan las vulneraciones unidas a los prejuicios: “ser campesino y pensar que viene a dañar la ciudad”, por ejemplo.

Esta dicotomía muestra qué es bueno o malo. La runa (persona) es buena si solo hace su Inti Raymi, baila, canta, promueve el turismo, es bueno cuando no habla, cuando es un adorno de un museo, cuando lleva su vestimenta y presenta su danza en un evento, cuando hace sus rituales y lleva flores y cantos a una celebración. La runa es buena cuando promueve el folclor y sus tradiciones. Pero si la runa es sujeto político (Nelson Reascos, 2019), si exige sus derechos, si habla, reclama, mantiene su mirada con dignidad, posiciona su conocimiento con cautela, se agrupa en masa para visibilizar sus necesidades, entonces la runa se convierte en peligroso, en vándalo.

El racismo perpetúa la pobreza, tutela cómo deberíamos ejercer el derecho a la protesta, disciplina a las mujeres. Está tan inmerso que incluso en el movimiento feminista entran en el juego de tutelar a las mujeres de pueblos y nacionalidades o referir cómo debería ser nuestro activismo. El racismo deja grandes consecuencias psicosociales y urge destapar su naturalización en todos los espacios. (O)