Rememoraba Vicente Gerbasi, uno de los grandes poetas venezolanos de todos los tiempos, el día de 1952 en que entregó su libro Los espacios cálidos al pintor Armando Reverón y el instante en que este posó sobre el ejemplar unas llaves y dijo: “Pongo las llaves sobre tu libro porque la poesía es la que tiene las llaves”. La escena, o su evocación, ha quedado plasmada, ojalá para siempre, en la película que sobre el pintor estrenó en 2011 el cineasta Diego Rísquez. Es indudable que para acceder al lenguaje es preciso pasar por una puerta. Y es cierto, para muchas generaciones de escritores y lectores venezolanos, desde el destierro o la reverberación crítica de la patria, que esa puerta ha tenido un nombre: Rafael Cadenas.

Por primera vez en la historia de la literatura venezolana, uno de sus escritores recibe el reconocimiento más prestigioso de la lengua española: el Premio Cervantes. Aquel 10 de noviembre del 2022, día en que se lo anunciaron, experimentó una extraña sensación: “Esto tiene algo de contento y de pesar. De pesar porque a Milena le hubiera gustado vivirlo”. Milena era su esposa, ya fallecida. Así de contradictorio puede ser un premio, la misma felicidad, un país. De hecho, el premio, asumido también como el reconocimiento a la tradición poética venezolana, constituye el recordatorio de que la vida se puede deshacer. Muy a pesar de Uslar Pietri, Venezuela no sembró petróleo. Fue un apogeo, varios éxtasis, un delirio. Fue el derroche y la revancha. La lenta y definitiva autodestrucción revolucionaria. La suspensión del futuro. La huida. Una comarca en la que nadie escucha a nadie, sólo a Cadenas, unos pocos.

El 31 de mayo de 1962, en Clarín del viernes, Cadenas publicó el más icónico de sus poemas: “Derrota”. Lo leo una y otra vez, en internet o en mi Antología. Por supuesto, es un ejemplar de Monte Ávila Editores, una tercera edición de 1996, impresa en Caracas, que varias veces cruzó el Atlántico para llegar a mis manos, como obsequio de Alejandro Veiga Expósito, amigo, filólogo e intelectual venezolano. Nunca es tarde para leer “Derrota”. Nunca “Derrota” es impertinente o está fuera de este tiempo. No hay lugar en el que el poema no tenga sentido. No importa cuando leas esto. Quizá ahí, en su atemporalidad y extravío, radica su vigencia, su descarnada humanidad. “Yo que no he tenido nunca un oficio (…)/ que llego tarde a todo/ que he sido arruinado por tantas marchas y contramarchas (…)/ que me creí predestinado para algo fuera de lo común y nada he logrado/ que nunca usaré corbata/ que no encuentro mi cuerpo”.

La poesía es esa lentitud que nos permite mirar el mundo. A veces no podemos detener la historia y su velocidad, casi nunca. A veces no podemos evitar que la realidad nos arrase. Ni somos conscientes del vacío que le imponemos a las palabras que usamos y que nos dicen. En su poema “Ars poetica”, Cadenas nos explica su declaración de principios y su preocupación por volver a la energía creadora que tiene el lenguaje, esa energía que es diáfana e íntima, vegetal, hueso de ser vivo. Son las palabras que cargan la memoria y las imágenes del futuro, una esperanza tan humana como el deseo del alivio. Cierro los ojos y vuelvo a la librería Lugar común. Leer a Cadenas es como caminar por Caracas y comer tequeños. Reírme recordando las crónicas de Salvador Garmendia, bajo la sombra del Ávila y el rumor no tan lejano del mar Caribe. “Que cada palabra lleve lo que dice./ Que sea como el temblor que la sostiene./ Que se mantenga como un latido.”

En la genealogía de las letras venezolanas, Rafael Cadenas es un tronco vivo, pero también un lugar de encuentro, un lugar querido, como una playa soleada en un día feliz. Muchos han sostenido que de la literatura venezolana la poesía es el roble, pero yo no olvido a la prosa, sus indagaciones estilísticas, sus traumas y su melancolía moderna, impregnada de brisa de mar. Festejar a Cadenas me obliga a pensar en la lengua venezolana como un todo y me lleva a la celebración de Miyó Vestrini y Eugenio Montejo (tanto agradezco a la poeta Deisa Tremarias, por esas pistas y su propia escritura). A la celebración de Vicente Gerbasi, fundacional. De Juan Carlos Méndez Guédez, Luis Felipe Belmonte y Domingo Michelli, narradores. Del poeta Adalber Salas, que con la poesía de Cadenas ha establecido un diálogo tan sustantivo como afectivo, por lo tanto, lúcido e histórico. Pero sí, quizá de la tradición literaria de Venezuela, es la poesía el roble y el latido. Decía Rafael Cadenas: “Nuestro reino es el fatigado reino de lo sabido. La poesía está llamada a arrancarnos de él y reconducirnos a la novedad, que es lo ordinario, pero como si lo viéramos por primera vez”. Ya sea en esta lengua o en cualquier otra, poeta, aquí tienes las llaves. (O)