Sé que para muchos de nosotros/as es una exageración o un tema repetitivo hablar de raza, racismo, racialización, y suele haber respuestas como “Eso ya no existe”, o también aparecen indicios de solidaridad minimizando la situación con un “Ya pasó, mejor olvidar”. Simplemente, el racismo no permite expresar las emociones; las paraliza, así como una fotografía en mi memoria: en la revuelta de octubre del 2019, cuando brindaba contención emocional a dos compañeras adultas llorando de miedo, “shamunmari” “na ushanika”, con rabia, sin poder respirar por los gases lacrimógenos, tapándose con su bufanda, sosteniendo su sombrero, a una de ellas la ayudaba a sacarse la wallka... Una pequeña escena que una mujer blanca sin consciencia de derechos de la misma ciudad no estaría viviendo, seguro. Más que la escena, es lo que la situación provocó en mí, en las dos warmis, en todas, todes quienes estuvimos allí. Es lo que la estructura racial condiciona a estos cuerpos, esas condiciones. Por nuestro lado, la resistencia hizo eco con nuestra sola presencia. Estamos allí porque queremos una vida donde la pobreza no sea la palabra y acto que ligue solo al indígena, o al runa, como diría yo. Donde la deserción escolar no solo coincida con indicadores de niños/as, adolescentes de la ruralidad, del campo, de cuestión de piel originaria. Donde desplazamiento y extractivismo esté matando los ríos, los bosques de nuestros pueblos. No digo que a otro grupo también debería pasarle lo mismo, sino que es la racialización lo que nos jerarquiza y hace que vivamos de manera diferenciada, inequitativa y desigual.

Esa desigualdad tiene tantos hilos enredados: por un lado estaría una desigualdad racial por género; por otro, la edad, sexo...

La racialización es el hilo que separa entre un concepto y un hecho. Mientras la raza en palabra no tiene rigurosidad científica, sino inventada; la usamos para construir socialmente y diferenciar a las personas, y de esta manera dar paso a la categorización racial, la discriminación y exclusión social, que como resultado provoca una desigualdad social. Esa desigualdad tiene tantos hilos enredados: por un lado estaría una desigualdad racial por género; por otro, la edad, sexo, orientación sexual, clase, identificación, color de piel, territorio, discapacidad, y así sucesivamente.

¿Por qué vivir de esta manera diferenciada? ¿Por qué hay estallidos o paros nacionales donde mueren personas de pueblos y nacionalidades? Las violencias estatales y el uso de la fuerza son altos, al punto de haber fallecidos sin respuesta. En realidad, la palabra correcta sería personas asesinadas por un mandato jerárquico que bajo el lema de proteger el Estado usa la fuerza excesiva. De esta manera, la racialización se activa en cada uno de estos mandatos y se une al poder para matar vidas. La represión que están viviendo los pueblos hermanos de Perú no es diferente. Según informes existentes del paro nacional en Perú (diciembre de 2022), aproximadamente 24 personas son asesinadas y más de 300 personas heridas; para lo mismo, la CIDH, la ONU y la Defensoría del Pueblo son algunas de las instituciones que se han pronunciado, dado que en la lista de muertes incluyen nombres también de adolescentes. (O)