El último paro indígena fue planificado y ejecutado para derrocar al Gobierno y tomar el poder. La organización se ha demostrado en todos los actos de la dirigencia, empezando por bloquear las carreteras y caminos e impedir el libre tránsito de alimentos, medicinas e insumos para estrangular a las ciudades de la Sierra central y al resto del país. Vimos en la televisión esas masas de indígenas que marchaban a Quito, no desarmados, porque esos palos redondos largos, algunos con punta afiladas, pueden descalabrar a un cristiano. Esos palos parecían pilum, armas arrojadizas que usaban las legiones romanas en la Antigüedad. ¿Infiltrados? Tal vez algunos, pero ¿por qué los permitieron? En Quito fueron alojados por buenos samaritanos que se cree actuaron ingenuamente y por pura compasión.

Algunos indígenas trataron de envenenar el agua en Ambato; otros emboscaron a una patrulla militar destinada a cuidar pozos petroleros y mataron a un sargento del Ejército. Obedeciendo a los dirigentes, no permitieron el paso de camiones con tanques de oxígeno para los hospitales de Cuenca y destruyeron propiedades públicas y privadas.

Este paro se decretó cuando el mundo entero está sufriendo las consecuencias de la guerra de Rusia contra Ucrania y a pocas semanas de haber controlado la pandemia de COVID. Fue en las peores circunstancias del pueblo a quien dicen defender. Cuando los efectos de los abusos estaban revirtiendo contra los mismos indígenas, aceptaron el diálogo por mediación de la Iglesia. Nunca han abandonado la arrogancia propia de quienes se sienten triunfadores y actúan como perdonavidas de ocasión. Los sufrimientos de la gente los tienen sin cuidado. Taimadamente se escudan en sus derechos, pero violan los de los demás. Ni una palabra ni expresión de sentimientos hacia las personas y empresas que han sufrido cuantiosas pérdidas, que son consecuencias directas e indirectas del bloqueo y la destrucción. ¿Quién las va a pagar?

Muchas personas desconfían de los dirigentes, y quienes tenemos el dolor de la Patria, del que hablaba Velasco Ibarra, estamos preocupados sobre lo que vendrá, porque la situación actual no es segura para nadie. Hay miedo.

Se agrava con las afirmaciones del presidente sobre quién financió el paro. Confiamos en que pueda probar sus dichos. Alimentar a miles de personas tiene un costo. El tiempo en que no se trabaja repercute en menos ingresos.

Lo cierto es que el diálogo debe seguir hasta atender en lo posible las demandas de los indígenas. Pero hay que desarmar los ánimos para que tenga lugar la paz. Es cierto que hemos estado en guerra y hay razón para calificar como “acta de paz” el documento firmado con la mediación de la Conferencia Episcopal.

En el mito de Pandora, cuando la curiosa mujer quita la tapa de la vasija que Epimeteo le había prohibido abrir, salen atropelladamente los males de la humanidad, la muerte, la enfermedad, la guerra, el odio, la venganza. Van marchitando y matando todo. Pandora, asustada, tapa de nuevo la vasija, pero oye una vocecita que le ruega: “Déjame salir, déjame salir”. Pandora quita otra vez la tapa y sale una pequeña mariposita blanca: la esperanza. (O)