Como somos optimistas, ponemos el titular entre signos de interrogación porque aún nos anima la esperanza de que, en algún momento, un gobernante se pregunte sobre si conviene elevar la cultura del pueblo para no mantenerlo postrado en la ignorancia o con la frustración de no poder explotar sus talentos porque aquí no se le da esa oportunidad.

Lo que era vox populi entre alumnos y profesores del Conservatorio de Música Antonio Neumane de Guayaquil acerca del pavoroso estado del inmueble, de la destrucción de los instrumentos musicales y el precario funcionamiento del plantel, ha trascendido ya a todo nivel gracias a las voces que se han alzado contra este atropello popular.

Pero esto no es más que una muestra de la idea que se tiene acerca de la educación y de la enseñanza de las bellas artes, con rarísimas excepciones, desde el Gobierno central y los seccionales, en nuestro país. La cultura, en general, es la última rueda del coche. El presupuesto que se destina a estos menesteres es de lo más exiguo –debemos reconocerlo con mucha vergüenza ajena– y los actores y gestores culturales tienen que sacrificar sus escuálidos bolsillos para realizar sus actividades y llegar a un público que está ávido y ansioso de tener espectáculos de primera calidad, no cualquier expresión grotesca que ofenda sus sentidos. La respuesta que les llega cuando solicitan un microauspicio es que no hay recursos destinados a estos efectos, debiendo ser exactamente lo contrario. Un pueblo bien educado goza también de buena salud. Pero, aquí, por desgracia, mendigamos lo uno y lo otro. Basta ver a los enfermos, ancianos y jubilados haciendo largas colas en los hospitales del IESS, soportando las inclemencias del clima, para obtener una cita, que les dan para seis meses después, en el mejor de los casos.

En Europa, por ejemplo, los niños van a los conciertos –no de reguetón, por supuesto– y a los museos desde los 2 años.

En Europa, por ejemplo, los niños van a los conciertos –no de reguetón, por supuesto– y a los museos desde los 2 años. Se los educa en todo sentido, siendo, por tanto, pueblos mucho menos violentos que los nuestros. Se invierte en el ser humano, no en las junglas de cemento. Se les alimenta el espíritu a la par que se les enseña a nutrirse para tener una buena expectativa de vida.

Y en este clamor general de poner los ojos en la educación y la cultura hacemos un llamado no solo a nuestros gobernantes, sino también a quienes pretenden llegar a serlo y a los medios de comunicación social. Habría que sacrificar un poco la crónica roja y amarilla en beneficio de los espacios culturales, que son muy reducidos.

En los centros escolares debe destinarse una gran parte del pensum a la enseñanza de la moral, ética, cívica y al cultivo de las bellas artes.

De otro modo, difícilmente saldremos de la postración, porque un pueblo inculto escoge mal a sus gobernantes y justifica los latrocinios de estos si hacen obras, sin percatarse de que, justamente, a través de estas es que se producen los grandes negociados, como los que se siguen destapando en la administración pública.

De otro modo, tendremos que hacer un réquiem por la cultura. (O)