Como dice el maestro Fernando Aramburu: “Recuerdo, a propósito del olvido, diversas tardes lejanas...” cuando en la PUCE de los setenta con blue jean y shigra asistía a clases en la Facultad de Jurisprudencia. Mi alma de Robin Hood creía que yo sería abogada, papá creía que el Derecho me enderezaría, la abuela siempre estuvo en lo cierto: Ay, hijita, árbol que nace torcido...

Lo cierto es que aunque no lo ejerza, amé estudiar aquella carrera y con cariño recuerdo a mis profesores: el doctor Jaime Hidalgo López nos decía que el Corpus iuris civilis era la más importante recopilación del derecho romano y el texto jurídico más relevante en la historia, compilado por orden del emperador bizantino Justiniano, precisamente el Código Justiniano.

Por su parte, el doctor Eduardo Carrión Eguiguren nos enseñó que res nullius es una expresión latina que significa “tierra de nadie” y que res derelictae, en cambio, eran aquellas tierras que habían tenido dueño, pero habían sido abandonadas; y finalmente estaban las res communis o bienes comunes a todos, y que por lo tanto no eran susceptibles de apropiación individual. Alfonsito Villacís era el que insistía en que los juicios podían ser ordinarios, ejecutivos y verbal sumarios. Pero hay algunitos, por demás ordinarios, concluía.

Y sí, estudiar Derecho fue toda una experiencia que en algunas ocasiones me ayuda a comprender la patria y en otras me confunde completamente.

Los ecuatorianos no terminamos de entender que los bienes públicos no son susceptibles de apropiación. El bien público parece ser aquello que no sentimos como nuestro, eso que está allá lejos, que es de todos y no es de nadie, de tal forma que ni lo cuido ni me incumbe. No se lo siente como propio y por lo tanto importa un bledo si alguien lo toma prestado, lo desperdicia o se apropia de él. No nos percatamos de que el bien público es fruto de nuestro trabajo o un regalo de la pachamama.

Contaba papá que en una ocasión entró al despacho de algún presidente de la República su ministro de Obras Públicas, un poco preocupado porque, sin previa cita, una “comisión” de notables de alguna provincia pedía hablar con el presidente. Este, despistado como era, le respondió: “Reciba comisión, reciba comisión, pero haga obra”.

Parece que a los ecuatorianos nos interesa únicamente que se haga obra. No nos importa si esa obra se cae, no funciona, fue un negociado o no sirvió para un carajo. La sentimos como una res nullius. Solo así se explica que entre 16 candidatos a la Presidencia quien pase primero a la segunda vuelta sea justamente el apadrinado por quien mi colega columnista Hernán Pérez Loose acertadamente llama el capo di tutti capi.

Una década de abusos y desmanes, por demás ordinaria, no pesaron en el 30 % del pueblo ecuatoriano a la hora de votar.

Y aquí estamos, listos para volver a un pasado de descaro y sinvergüencería o para elegir a quien pase a la segunda vuelta, sea quien sea, nos guste o no. Porque es hora de empezar a recuperarnos de la peor crisis de todos los tiempos: la crisis moral. (O)