Está bien… yo sé que el discurso de la seguridad jurídica y de la inversión es típicamente empresarial. El mundo de la política está más arraigado popularmente. Pero ocurre que la relevancia de la seguridad jurídica y de la inversión impacta más en las clases media y popular, que son las más demandantes de empleo. Es muy sencillo: quien tiene dinero se anima a invertir en una ciudad o en un país que le otorga un grado razonable de certeza sobre el respeto a sus derechos, en un lugar donde tiene también un grado razonable de confiabilidad de que no va a ser víctima de arbitrariedad; de que los contratos que firme van a ser respetados, etcétera. Esa confianza motiva a quien tiene dinero a emprender pequeños, medianos y grandes negocios, que producen el progresivo efecto de intensificar la circulación del dinero y, por consiguiente, de dinamizar la economía. ¿Quién gana? Todos, empezando por el Estado, pues la compra de bienes y la contratación de servicios pagan IVA, y por consiguiente, se incrementa la recaudación; si el negocio es de una lavandería en un barrio, se benefician las personas del mismo barrio que se contraten para ejercer dicha actividad, el joven que podrá entrar a la universidad porque su mamá o papá podrá pagársela, y si es pública le podrá solventar los materiales necesarios para estudiar; si la actividad es la construcción de una urbanización, se beneficiarán los obreros, los ingenieros, los albañiles que se contraten. Pero si no hay un grado razonable de certidumbre respecto del respeto a las normas que nos rigen y a los contratos que debemos celebrar, la motivación para invertir desaparece. ¿Entonces? ¿Buscar trabajo como empleado? Muy bien, pero ¿quién contrata al desempleado si no hay la confianza indispensable para invertir y generar empleo?

Entonces volvemos a lo mismo: todos los caminos nos llevan a la necesidad de convertir a la seguridad jurídica en un verdadero capital del Estado y de la sociedad, un capital que es capaz de generar mucho más que intereses: estabilidad, motivación, ganas de vivir y ser feliz para la ciudadanía y los jóvenes, que son presa fácil de la depresión.

Si no se puede sobrevivir porque no hay trabajo, quedaría migrar, y ahí la tragedia es peor: madres o padres que deben viajar y dejar a sus niños al cuidado de familiares que pueden abusar física y sexualmente de ellos, destruyéndoles la vida, y potencializando el incremento de las pandillas y la drogadicción. En lugar de preocuparnos por conquistar la ansiada seguridad jurídica y estabilizarla, nos pasamos, como sociedad, discutiendo algunas pendejadas y creyéndonos guapos subiendo videos y fotos a las redes, y lo que es peor, exponiendo a nuestros niños y niñas a las maldades del mundo subiendo sus fotos en todos lados. Ello mientras cada ciertos días vemos algunas cabezas fuera de sus cuerpos en las cárceles. La seguridad jurídica es una necesidad social. Su ausencia: ¡eso sí conmociona! (O)