Las semillas son el comienzo y el final del ciclo natural del reino vegetal; dentro de ellas se encuentran encerradas todas las potencialidades de la planta adulta. Al igual que el cascarón de un huevo protege y nutre la vida dentro de sí, lo mismo sucede dentro de la cubierta de una semilla. Resulta difícil observar una en nuestras manos, tan pequeña y frágil, e imaginar que dentro existe todo lo necesario para dar lugar a un ser tan majestuoso como, por ejemplo, un ceibo o un guayacán.

Las semillas perciben las condiciones de su entorno y si estas no son las correctas en cuanto a temperatura, humedad, nutrientes, puede atrasar su germinación entrando en un estado de inactividad o latencia. Algunas semillas esperan la época lluviosa, otras dependen del fuego para germinar y son felices cuando ocurren incendios forestales. Otras, como las semillas del árbol higuerón o mata palo, necesitan pasar por el sistema digestivo de algún animal –murciélagos, aves– y así poder germinar a partir de las heces. Sin embargo, la verdadera creatividad de las semillas se hace evidente en las distintas adaptaciones de dispersión que poseen.

Muchos árboles nativos de nuestra Costa tienen sus semillas aladas para que puedan volar con los vientos de la época seca. Por ejemplo, las semillas del pijío, del jacarandá o las del fernán sánchez que parecen minihelicópteros al caer. Las semillas del manglar surfean las olas recorriendo largas distancias alcanzando nuevas costas. Otras, como algunas hierbas nativas o pasto, recubren sus semillas con una especie de goma que se adhiere al cuerpo peludo de algún animalito, o a nuestra ropa cuando las rozamos. Algunas se aprovechan del comportamiento alimentario de pequeños mamíferos, como ardillas o guatusas, que gustan de hacer hoyos en el suelo y guardar sus semillas para después.

Dentro de cada semilla se esconde el embrión que tiene dos partes: una se convertirá en la planta y la otra en las raíces de esa planta. Si las raíces empiezan a germinar hacia arriba, la semilla es capaz de rotar hacia la posición correcta. Dentro junto al embrión existe también una reserva de comida o cotiledón que le proporciona los nutrientes necesarios hasta por dos semanas, cuando la planta haya alcanzado la altura suficiente para acceder al sol. Al igual que los polluelos o las tortugas marinas, el embrión maduro debe romper su cascarón y encontrar su camino fuera del huevo para nacer y empezar su vida.

Cuando germina una semilla no solo crece hacia el sol, también crece hacia el suelo: para poder llegar alto debe tener una base fuerte de raíces bien profundas, solo así podrá seguir elevándose.

Una parte de la magia de las semillas se encuentra en su esencia, en el hecho de que siendo a veces del mismo tamaño de un grano de arena pueda convertirse en sustento de vida para tantos seres vivos. La otra parte de la magia sigue siendo un misterio. Nos queda aprender de sus adaptaciones, su espíritu aventurero que las lleva a recorrer distancias inimaginables, y su capacidad de esperar las condiciones correctas para adentrarse bajo la tierra oscura sin miedo y buscar siempre crecer hacia la luz. (O)