Es inconmensurable el poderío que caracteriza a minúsculos seres que pueblan espacios ecológicos definidos, como el suelo agrícola y el intestino grueso de los mamíferos, cumpliendo muchas funciones en simbiosis con el organismo donde se hospedan, es tanta su fortaleza que para el caso del manejo del terrible fusarium, raza tropical 4 del banano, hay quienes consideran que su sola presencia es suficiente para controlarlo; en los seres humanos su número y variedad son básicos para su correcto funcionamiento, especialmente del sistema digestivo, apreciándose que su déficit acarrearía desarreglos en la salud que podrían desencadenar en enfermedades incurables.
Es importante que la actividad de la microbiota, como se conoce a la comunidad de microorganismos vivos, sea equilibrada, dinámica y asociada, lo que se ha convenido en denominar consorcio microbiano, que detiene el impacto de virus, bacterias, hongos e insectos, preservando que no se encuentren en cantidades mayores a las que el cuerpo puede soportar; teniendo como ejemplo válido lo que acontece con el Tricoderma sp o el Bacilus subtilis, que influyen en la marcha indetenible del fusarium, defendida precisamente para aplicar en el caso que nos atormenta, el mal de Panamá. Pero no tienen la capacidad de actuar por sí solos, lo deben hacer en mezclas de estos benéficos ‘bichos’. De allí que los agricultores evitan caer en seducciones del uso de determinado hongo o bacteria que enfrente indemne al maligno que avanza irrefrenable en el vecino Perú, cerca de las bananeras de la provincia de El Oro.
Si se emplea una sola especie, su espontánea e incontrolable multiplicación podría alcanzar el nivel de plaga de difícil neutralización, siendo una alternativa válida intervenir en asociaciones estabilizadas, sin que predomine una determinada sobre las otras que conduzca a desequilibrios en la relación privilegiada suelo-planta, que llevan al estrés, favorable a la penetración inexorable de fatalidades insuperables, aumentadas por efecto del cambio climático con sus exageradas lluvias, altas temperaturas o sequías, falta de aireación, insuficiente drenaje y salinidad.
Los cuidados que hay que observar son más intensos en los primeros 20 centímetros de suelo, donde debe existir la máxima biodiversidad, sumada a sustancias que las propias plantas generan para su defensa frente a corpúsculos perniciosos. Esa pequeña capa es fundamental, pero casi nunca se toma en cuenta al momento de determinar la calidad y valoración de las tierras, lo cual es posible cuantificar acudiendo a profesionales especializados que felizmente cuenta el país en número aceptable.
Un reciente estudio publicado en la famosa revista Nature explica que la longevidad de mayores de 100 años, se justiprecia porque cuentan en su tubo intestinal con una flora enriquecida en microbios proveedores de ‘ácidos biliares secundarios únicos’ con la virtud de enfrentar diversos patógenos que encuentran en el colon, por ejemplo, su medio idóneo de supervivencia. En consecuencia, conviene crear en las plantas cultivadas un ambiente óptimo para el desarrollo creciente de microorganismos benéficos. (O)